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Sitio web dedicado a la preservación del hábitat del Armandopithecus mexicanus inpudicum. Reserva de la exósfera.

Tara tara la guitarra

En los últimos días, las redes sociales se han visto inundadas de mofas, críticas e indignaciones por lo ocurrido con nuestro futuro presidente: Enrique Peña Nieto y su familia.

El 3 de diciembre –según tengo entendido–, durante una conferencia en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara –una de las escasísimas ferias de este tipo que se celebran en México y, por cierto, bastante reconocida–, algún inoportuno, animado por el contexto, tuvo a bien preguntarle a Enrique por los tres libros que habían marcado su vida personal y política.

La respuesta del protopresidente dejó en claro que, como noventa y nueve de cada cien mexicanos, Enriquito no lee ni las etiquetas de lo que se come. La relación entre Enrique y las letras no ha sido particularmente prolífica. Según dijo, si bien “no me la leí toda”, durante la adolescencia leyó “algunos pasajes de la Biblia”; tiempo después, leyó La silla del águila de Enrique Krauze, obra inédita que parece ser una calca de la homónima escrita por Carlos Fuentes; luego…

“Luego otro libro de él, que quiero recordar el nombre, sobre caudillos. No recuerdo el título exacto. Estamos hablando de la descripción que hace de México y cómo transitamos del México de los caudillos al institucional. Creo que además, eh, con gran sustento histórico. Fue un libro que me gustó.”

Y más tarde…

“Leí incluso el otro, la antítesis de ese libro, las mentiras sobre… era… quisiera recordar el título del libro. Era de Krauze, La silla del águila. Aquí hay unos que leen más. Tú debes acordarte más cuál es. Hay uno que después salió, que eran las mentiras sobre este libro”.

En suma, leyó otro libro que decía que el anterior decía puras mentiras y, como él no es mentiroso, olvidó la primera, con autor y todo, y, de paso, olvidó el autor y el título de la segunda, porque a él no le gusta andar metido en chismes. Es posible que se tratara de Las grandes mentiras de Krauze de Manuel López Gallo; aunque es poco probable puesto que ahí no se desmiente a Carlos Fuentes, como haya sido…

“Hay otra novela que me gustó mucho, que tiene que ver con temas del poder. Es una novela sobre la hija pródiga, de Jeffrey Archer. Son tres libros que en aquel entonces, Caín y Abel, La hija pródiga. Este... ¿cómo se llamaba el otro? Era una trilogía. Realmente no podría señalar un libro que haya marcado mi vocación. Sin duda lo que tiene que ver con la novela política, la histórica, es de mi agrado”

“Uno que estoy leyendo es una buena novela sobre la inoportuna muerte del presidente, que no he terminado de leer, pero... sí se llama así, ¿no? La inoportuna muerte del presidente, ¿no? Sí, sí, cómo no, ahí lo traigo. Alguien recuérdeme quién es el autor, porque debiera señalarlo. ¿Cómo? ¿Tomás? ¿Tomasini? Sí, Tomasini. Este… pues es más o menos.”

Hay que reconocerle que le atinó al segundo apellido de Alfredo Acle… y por si alguien no le había quedado claro, terminó:

“Digo, la verdad es que cuando leo me pasa que luego no registro del todo el título, nada más te metes a la lectura, pero más o menos da la idea de algunos libros que he leído.”

Al día siguiente, la red estaba saturada de mofas. Como ya es costumbre, alguien editó la publicidad de librerías Gandhi para exagerar el ridículo que había hecho el futuro mandatario, y todo el mundo disfrutaba del suceso que se habría olvidado en un par de días de no ser porque los chistes calaron en el alma de Paulina, la hija de Enrique, que respondió, vía Twitter, lo que sigue:

“un saludo a toda la bola de pendejos, que forman parte de la prole y solo critican a quien envidian!”

Entonces sí, todo el mundo se indignó, y hasta andan circulando reprimendas y sermones de “intelectuales” que pretenden hacer entrar en razón a Paulinita, llamando su atención en tanto a la importancia de la-prole, es decir, el proletariado; palabra cuyo significado ni paulina ni más de la mitad del país conocen.

Lo cómico de esta situación, a mi parecer, es que la única persona en sus cabales en toda esta situación es Paulina; sin proponérselo, el coraje le hizo revelar una enorme verdad y desde luego, puesto que en este país el valor más importante es la hipocresía, la respuesta de todo el mundo no se hizo esperar.

México es un país de castas, eso es evidente para todo el mundo pero, por alguna extraña razón, todos creen que explicitarlo daña “nuestra insipiente democracia” que, en correcto español, significa nuestra sociedad de castas cuasimonárquica enjaezada en retórica demagógica.

La clase alta arrea a su gusto al rebaño de necios que gobierna y exprime, los deprecia y los ve casi como animales a los que hay que meter en cintura con “mano-firme”, a los que hay que educar para encaminarlos, a los que hay que sacar de la ignorancia lo suficiente para que produzcan dividendos para la clase alta, vayan a votar y no se levanten en armas. Nuestras políticas están encaminadas a eso y así se planean, al garete y tratando de mantener las cosas exactamente como están.

Es una suerte de homeostasis –que es un término más correcto para nuestra situación que status quo–: la sociedad se mueve y, como en una balanza de dos platos, hay que variar los contrapesos para mantenerla en equilibrio. Pero equilibrio es una forma elegante de decir “exactamente como está”.

Si las masas se enferman demasiado y cuestan dinero a la casta superior: se crean leyes y campañas publicitarias para mejorar su salud; si las masas se han vuelto tan ignorantes que ya no sirven ni para trabajar: se invierte en educación; si las masas comienzan a alebrestarse o el poder de la casta superior comienza a peligrar: se manda el ejército a las calles; eso es todo.

Toda ley, toda política pública y toda decisión, en este país, vienen de las castas superiores y se hacen valer hacia las masas. Esa forma de gobierno no es democrática, pueden llamarle aristocracia, plutocracia, partidocracia o lo que gusten –yo la entiendo como cuasimonárquica–, pero no democracia, cualquiera de los términos anteriores se acerca más a la estructura de nuestra sociedad que democracia.

En el contexto de una sociedad de castas, el comentario de Paulina se explica fácilmente: se trata de una elaboración mental característica de quien pertenece a una casta dominante; fuera de ese contexto el comentario no es comprensible. La teoría de la atribución, por ejemplo, explica que, cuando se trata de nosotros o nuestro grupo, solemos atribuir lo que nos ocurre a la situación en la que estamos inmersos; pero atribuimos lo que le ocurre a los demás a sus características particulares. En el caso de Paulina, el ridículo de su padre no es resultado de una vida de semianalfabetismo sino de la envidia de la-prole, ¿Envidia a qué? A lo que la prole no tiene: un lugar en la casta superior.

Paulina no dijo pobres, su concepto no atañe exclusivamente a quien no tiene dinero, lo que refiere como la-prole va más allá de la pobreza, engloba a quienes no forman parte de un grupo social determinado, en este caso, la casta superior; esto se conoce como “sesgo de endogrupo”: La pertenencia a un grupo determinado genera una categoría excluyente de todos aquellos que no pertenecen a nuestro grupo; mientras más exclusivo sea el grupo: más se entiende a los otros como distintos de uno y más homogéneos entre sí; esto se conoce como “efecto de homogeneidad del exogrupo”; mientras menos poderoso sea el expogrupo (los-que-no-somos), mientras menos conocido nos resulta y mientras más difiere del nuestro: más homogéneo y cohesionado se percibe. Es así como Paulina ha formado el concepto de “la-prole”, es así como los millones de personas que lo componen pueden sentir lo mismo (Envidia), y es así como se explica y exculpa la estupidez uno mismo o de cualquiera de nuestro grupo.

Aunado a esto, la-prole, en Paulina, tiene un carácter peyorativo. Esto es comprensible por otro fenómeno colectivo interesante: con el tiempo toda desigualdad social genera su propia justificación racional. Cuando un grupo social domina a otro durante cierto tiempo, atribuye el dominio a las características particulares del grupo dominado.
Este fenómeno se observa, invariablemente, ante el dominio grupal: los pobres son pobres por flojos; la gente de color estaba esclavizada por ser inferior; los chilenos debían ser recatados de sí mismos; y los iraquíes necesitaban ser liberados y democratizados. De la misma manera, la casta dominante en México entiende a las masas: son casi animales y deben ser conducidos.

Las masas oprimidas, por su parte, viven a su opresor con admiración y desprecio; se los observa, se los admira, se los critica y se reciben sus infortunios con alegría. Paulina tiene absoluta razón en su comentario: la fruición que desató la ignorancia de nuestro futuro presidente es, en gran parte, resultado de la envidia. La envidia de las castas inferiores por las castas superiores.
Fuera de la envidia no tiene razón de ser en un país de semianalfabetos que difícilmente leen un libro al año. La generalidad de los mexicanos somos ignorantes y pocos leemos, si se pregunta a cualquier necio de los que pululan por las calles por los tres libros que marcaron su vida, tendría que hacer un esfuerzo para recordar los tres libros que leyó en su vida, difícilmente recordaría el título correcto y mucho menos el nombre de los autores; pero el mismo bruto se destartalará de risa al ver el ridículo de nuestro futuro presidente, por envidia y por mero rencor.

¿Afectara este “desliz” de alguna manera el proceso electoral? ¡Ni en lo más mínimo! La estupidez de Vicente Fox fue lo que lo llevó a la presidencia; las masas no votan racionalmente, no analizan propuestas, no observan al candidato, no buscan una persona que lea, ni siquiera una persona inteligente o capaz, el pueblo sí es estúpido, aunque haya quien se esfuerce por negarlo. Enrique podría salir en televisión y declarar públicamente que hará todo lo que esté en sus manos por incrementar la miseria de la gente, que serán privados de sus libertades, que anulará la educación y la salud públicas y la gente votaría por él.

Es más probable que la ignorancia de Peña Nieto cree simpatía en la gente, es más probable que se identifiquen con él, es más probable que al momento de la elección recuerden su nombre con una sonrisa y lo elijan a que, sabiendo que el tipo no tiene la más mínima capacidad, que su lenguaje educado no es más que una pantalla inventada por publicistas y asesores de imagen para esconder su ignorancia y a un sujeto fácil de manejar por otros poderes, reflexionen y voten por alguien más.

La indignación, las reprimendas y los sermones a Paulina están totalmente fuera de lugar. Su opinión, además de ser cierta, es resultado de un proceso de elaboración mental completamente normal cuando se forma parte de una casta dominante. Fuera de la hipocresía y el sostenimiento de las “apariencias” no hay motivo alguno para censurar el comentario de una chica que, sencillamente, dijo lo que piensa desde la posición en la que se encuentra. Podría haber dicho mucho más, pero Twitter –y probablemente, sus capacidades– no fueron suficientes.

Hasta que no dejemos de aparentar que no somos lo que somos y que no vivimos como vivimos; la situación va a seguir enteramente igual: el enfermo que no se sabe enfermo no busca cura. En lo personal, celebro la insensatez y la falta de tacto y pericia política de Paulina. Ya va siendo hora de que se digan las cosas como son, o, cuando menos, como se entienden.

Diciembre - 09 - 2011

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