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Sitio web dedicado a la preservación del hábitat del Armandopithecus mexicanus inpudicum. Reserva de la exósfera.

Iconoclastia mexicana III

Dejemos por ahora a la Iglesia y regresemos con los insurgentes. Hay un nombre que, extrañamente, ha desaparecido de nuestra memoria nacional y que, no obstante, fue tan importante o más que el resto de nuestros superhéroes: José Mariano Jiménez, que tuvo muchas más victorias que los otros; por lo que, inclusive, su cabeza fue a dar a la alhóndiga junto la de Hidalgo, Allende y Aldama.

Mariano Jiménez, José Antonio Torres y José María Mercado tomaron para la insurgencia todo el norte del país; y es que, por extraño que parezca, no toda la guerra de independencia ocurrió en Guanajuato.

El 15 de octubre, Jiménez toma pacíficamente Valladolid y se sienta a esperar al resto de la insurgencia. No obstante la toma pacífica, apareciendo Hidalgo, su gente se lanza al saqueo y la destrucción, hasta que son detenidos a balazos por el mismo Allende.

Será entonces cuando se presente por primera vez José María Teclo Morelos Pérez y Pavón –de quien hablaremos más en otra ocasión– ante los líderes del movimiento. Su tupidísima barba negra y su mirada torva espantaban a los campesinos de Hidalgo quién, reconociéndolo como un antiguo alumno de San Nicolás, lo nombró General y lo envió al sur a levantar a la gente de por allá.

En Valladolid todos se otorgan nuevos rangos, Hidalgo se nombra “Generalísimo” y se atavía como tal. Otra de las falacias de la historia es la representación de Hidalgo con disfraz de cura. El Generalísimo vestía: “casaca azul con collarín, vueltas y solapas de color rojo con bordados de oro y plata, tahalí negro también bordado, y en el pecho una placa de oro con a Virgen de Guadalupe.”

El 24 de octubre comienza su carrera como líder insurgente otro de nuestros héroes: Ignacio López Rayón; su asenso se debió a una idea brillantísima que hasta el momento no se les había ocurrido: a la luz de los saqueos, el preclaro Rayón sugirió a Hidalgo, tomar una parte de lo que sus huestes robaban para el ejército insurgente, de tal manera que tuviesen forma de pagar al ejército que para entonces ya era de ochenta mil hombres que, además, no tuvieron la dureza de corazón como para abandonar a sus mujeres e hijos, por lo que los llevaban consigo. La audacia de Rayón le valió ser nombrado secretario particular del Generalísimo.

El ejército insurgente toma entonces rumbo a Toluca, para pelear la afamada batalla de las cruces y convertirse todos en héroes. En México, el virrey Venegas comienza a temer, envía por sus generales pero al saberlos lejos designa a Torcuato Trujillo, –en cuyas filas servía Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu–, como defensor de la ciudad.

La batalla todo el mundo se la sabe: el 30 de octubre, se enfrenta el numeroso ejército insurgente con los dos mil hombres de Trujillo y salen victoriosos de milagro. Por cierto que fue otra carnicería, sobrevivieron catorce realistas; entre ellos: Iturbide.

Llegamos al punto en que la mayoría de los historiadores dicen que “nadie sabe a ciencia cierta” porqué Hidalgo no siguió hasta la capital y terminó de una vez por todas con la guerra. Los que quieren pintar a Hidalgo como un santo, aseguran que sabiendo que sus huestes saquearían la ciudad y asesinarían al montón de peninsulares que ahí habían: mejor se detuvo. Otros dicen que porque no sabía nada de estrategia militar y otros que porque tuvo miedo.
Yo no sé, a ciencia cierta, porqué los historiadores dicen que nadie sabe a ciencia cierta, pues lo cierto es que el mismo Hidalgo escribió varias cartas –que pueden leer en el tomo II de Dávalos– explicando porqué no tomó la ciudad: se quedó sin municiones y se enteró que los ejércitos de Calleja y Flon estaban a unos días de distancia. Sin parque y contra un ejército de verdad no se puede ganar una batalla, así que decidió quedarse en Toluca para fabricar más balas.

Mucho más interesante es lo que ocurría en la ciudad de México. Cuando la gente se enteró que los insurgentes estaban en Toluca y las fuerzas de Trujillo destrozadas: entró en pánico. Ocurrió entonces una escena que, con seguridad, les recordará La Ilíada: el ejército insurgente se hallaba, a todas luces, auspiciado por la Virgen de Guadalupe; la traidora virgen morena asistía a los de su calaña haciendo inmunes a sus héroes, y flechando a los realistas desde su carro alado. Decidieron entonces oponerle alguna otra de su rodada ofreciendo holocaustos a otra diosa; y es que cuando Yahvé Seboat no da el ancho, siempre se puede recurrir a los antiguos dioses.

El virrey Venegas hizo traer a la Virgen de los Remedios a la capital, la nombró santa patrona de la ciudad ¡Y Generala de las tropas Realistas!

El asunto sería más divertido si la de hermosas grebas no hubiese vencido a la del manto de estrellas. La Virgen de los Remedios aló a los caballos de los realistas y, el siete de noviembre, las tropas de Calleja se encontraban con las huestes de Hidalgo haciéndolos huir despavoridos como, dicho sea de paso, le había advertido Allende a Hidalgo que ocurriría por no preparar al ejército.

Calleja y sus segundos –cuyos nombres quizá les resulten conocidos–, Miguel Barragán, Manuel Gómez Pedraza, Anastasio Bustamante,  Armijo y Aguirre; persiguieron a los Insurgentes hasta Aculco, donde los hicieron pedazos. De ahí en adelante todo fue empeorando.

Manuel de Flon, el conde de la cadena, había salido desde Querétaro el 22 de octubre, no sin antes advertir a sus habitantes que debían defender la ciudad sin rendirse, pues si los insurgentes llegaban a tomarla:

“volveré como un rayo sobre ella, quitaré á sus individuos y haré correr arroyos de sangre por las calles”.

Al pasar por San Miguel el Grande, manda que sus tropas saqueen las casas de Allende y Aldama, y sigue su camino. El 12 de noviembre, Venegas ofrece el indulto para todos los que se rindan y regresen a sus casas; excepto, claro, los líderes de la insurgencia, por cuyas cabezas ofrece diez mil pesos.

Allende sugiere que el ejército insurgente se divida en dos frentes, Hidalgo tomará rumbo a Valladolid, y Allende, Aldama, Abasolo y Arias (que ahí seguía), rumbo a Guanajuato, de tal manera que pudieran defender las ciudades y ayudarse si fuesen atacados.

El 13 de noviembre Allende entraba en Guanajuato; Calleja fue tras él. Al enterarse que las fuerzas de Calleja se dirigen a Guanajuato; Allende pide ayuda a Hidalgo y ¿Qué hizo el padre de la Patria?

Escapar… Hidalgo decide dejar a Allende a su suerte y escapar a Guadalajara que había sido tomada por José Antonio Torres. Suponiéndose traicionado, Allende escribirá un par de cartas a Hidalgo que no dejan mucho a la imaginación:

“Mi apreciable compañero, V. se ha desentendido de todo nuestro comprometimiento, y lo que es mas, que trata V. de declararme Candido, incluyendo en ello el mas negro desprecio hacia mi amistad. Desde Salvatierra contexté á V. diciendo que mi parecer era el de que fuese V. á Valladolid y yo á Guanaxuato para que levantando tropas y cañones, pudiesemos auxiliarnos mutuamente, segun que se presentase el enemigo: puse á V. tres oficios con distintos mozos, pidiendo que en vista de dirigirse á ésta el exercito de Callejas, fuese V. poniendo en camino á la Tropa y Artillería que tuviese: que á Iriarte le comunicaba lo mismo, para que á tres fuegos desbaratasemos la unica espina que nos molesta ¿Que resultó de todo esto? que tomase V. el partido de desentenderse de mis oficios y solo tratase de su seguridad personal dexando tantas familias comprometidas, ahora que podiamos hacerlas felices; no hallo como un corazon humano en quien quepa tanto egoismo, mas lo veo en V., y veo que pasa á otro extremo ya leo su corazon, y hallo la resolucion de hacerse en Guadalaxara de caudal, y á pretexto de tomar el puerto de S. Blas, hacerse de un barco y dexamos sumergidos en el desorden causado por V. ¿y que motivos ha dado Allende para no merecer estas confianzas? […] Espero que V. á la mayor brevedad me ponga en marcha las Tropas y Cañones, y la declaración verdadera de su corazon, en inteligencia de que si es como sospecho, el que V. trata solo de su seguridad y burlarse hasta de mi, juro á V. por quien soy que me separaré de todo, mas no de la justa venganza personal. Por el contrario, vuelvo á jurar, que si V. procede conforme á nuestros deberes, seré inseparable y Siempre consequente amigo de V.” (Cartas de Allende en Dávalos, tomo II)

Hidalgo abandona a Allende y el 24 de noviembre Calleja derrota a los insurgentes en Guanajuato. Pero, antes de continuar, quiero dedicar este segmento para aquellos amigos míos por entre cuyos labios se desliza fácilmente la palabra “revolución”, y es que después de un siglo de apoltronamiento urbano no tenemos idea de lo que eso implica. Acotado el asunto…

El ejército insurgente escapa de Guanajuato, pero antes de salir, según Alamán: Allende; según sus detractores un negro llamado Lino, mandó que se asesinase a todos los españoles peninsulares que quedaban en la ciudad, la mayoría de ellos prisioneros.

Cuando Calleja entra en la ciudad y se entera del asunto, en una escena que parece extraída del Antiguo Testamento, toca a degüello; esto significa lo mismo que el anatema Bíblico –sólo que sin plantas ni animales–: degollar a todo aquel que se encuentre en el camino de las tropas, desde la entrada de Guanajuato hasta el barrio de San Roque.

Que se entienda: Calleja no mandó matar a los insurgentes: mandó que se asesinara a toda la población de Guanajuato, pues ya no quedaban peninsulares y, por tanto, nadie que valiese la pena. Ese día, el ejército realista mató a ocho mil personas.

Al día siguiente, Calleja publica un decreto declarando que la matanza de peninsulares exigía “la más tremenda y ejemplar venganza” y que si por él fuese se debería “llevar á fuego y sangre la ciudad y dejarla sepultada bajo sus escombros”; y sentencia:

“que bajo pena de muerte, se entregasen a la autoridad toda clase de armas y municiones, y se delatase a los que hubieran favorecido ú fomentado la revolución; que con la misma pena serían castigadas las conversaciones sediciosas; que cualquiera reunión que se excediese de tres personas sería dispersada á balazos; que todo el que saliese a la calle durante la noche sin permiso escrito de la autoridad sería penado con una fuerte multa o doscientos azotes, y por último, que presentasen á la autoridad los tejos de oro plata comprados por menos de su legítimo valor” (Zárate, 1880)

Y apenas salido Calleja, se instaló en la ciudad Flon, que se divirtió mandando matar prisioneros en pares; y cansado de ello, el 27 de noviembre, mandó levantar horcas en todas las plazas públicas y ahorcando gente al azar, según dijo, por no haberla defendido de los insurgentes.

El 12 de diciembre publica otro decreto del que les regalo un fragmento:

“La crueldad y la cobardía son siempre inseparables, y justamente la que en todos los casos se observa en los facciosos que desoían el reino huyendo cobardemente de nuestras tropas en todas ocasiones, y asesinando indistintamente á los indefensos; en Granaditas lo fueron muchos criollos […] Los pueblos deberían tomar un interés eficaz en evitar semejantes crueldades, reuniéndose para impedirlas los sacerdotes seculares y regulares, las autoridades y los vecinos honrados; pero por desgracia las han visto ó con una indiferencia criminal ó con una cobardía culpable; para evitarlo en lo sucesivo, declaro:
Que el pueblo en donde se cometa asesinato de soldados de los ejércitos del Rey, de justicia ó empleado, de vecino honrado, criollo ó europeo, se sortearán cuatro de sus habitantes sin distinción de personas por cada uno de los asesinatos, y sin otra formalidad serán pasados inmediatamente por las armas aquellos á quienes toque la suerte” (Éste y otros decretos de Flon, en García Tomo VI)

Como decía, la insurgencia en el norte fue mucho más fructífera que en el bajío y el sur, no obstante, la ignoramos por completo.

Guadalajara y Colima ya habían sido ocupadas por José Antonio Torres, y sus segundos, Gómez Portugal, Godínez, Alatorre y Huidobro. Victoriosos por sobre el ejército formado por el obispo de Guadalajara: Ruiz de cabañas.

El brillantísimo José María Mercado, a las órdenes de Torres, había tomado Nayarit sin disparar un solo tiro, valiéndose de guerra psicológica. Lo mismo hizo en Mazatlán, Bocas y Guaymas, tomando toda Nueva Galicia. Fray Gregorio de la Concepción, alias Gregorio Melero y Piña, y Francisco Lanzagorta (el de la conspiración de Querétaro), habían tomado San Luis; Mariano Jiménez todo Nuevo León, y Juan Bautista Casas: Texas.

José María González Hermosillo, tomó Sonora y Sinaloa; y Rafael Iriarte hacía otro tanto en Zacatecas. Dato curioso, mientras se acercaba Iriarte a esta ciudad, que no tenía ejército con el cual defenderse, el 26 de octubre, los “notables” decidieron enviar a José María Cos, para averiguar qué diablos pretendían los insurgentes. Iriarte respondió a Cos, el 29 de octubre, lo siguiente:

“Este es el espíritu de nuestra expedición […] de ninguna manera vulnerar los derechos de nuestra Santa Religión, antes bien conservarla pura, intacta, ilesa, restituirla á su pureza y esplendor, y transmitirla de esta suerte á la posteridad; abolir la corrupción de costumbres introducida por los europeos, y que tenía trascendencia no sólo á los principales lugares de la América, sino en los más recónditos de ella; proscribir el monopolio conocido en su comercio, y que éste tenga toda la extensión en los criollos; fomentar la agricultura, artes y ciencias. El conservar este precioso ramo de América á nuestro legítimo soberano el Señor Don Fernando Séptimo es otra de las causas fundamentales de nuestras miras, y el salvar la patria de los intrigantes.”

¿Y la independencia?, ¿Y el nuevo país libre y soberano?: Todavía no estaba en los planes.

Por estas fechas, en el sudeste, se levantaba Morelos tomando pequeñas poblaciones de lo que hoy es la montaña de Guerrero, seguido de los hermanos Galeana, hacendados de aquella zona.

Curiosidades del Poder; al saber victorioso a Calleja, el virrey Venegas comenzó a temer por su trono; hizo traer entonces un poco de competencia. El 16 de noviembre llegó de España José de la Cruz.
El compasivo realista recuperó Valladolid el 23 de noviembre, y decretó:

“y si pueblo en que está la división que mando, después que lo abandono, me obligase con su conducta á volver á él, lo reduciré a cenizas degollando á todos sus habitantes. Este es el sistema á que nos han obligado los cobardes revoltosos, que no han hecho otra cosa que robar y asesinar impunemente.”

Y el 29 de noviembre añade:

“he dado al jefe comandante del destacamento las órdenes más terminantes de que pase á cuchillo todo pueblo, hacienda ó ranchería donde existan rebeldes ó que les hayan dado abrigo, reduciéndolos á cenizas” (Partes de José de la Cruz en Dávalos, tomo III).

Iriarte y Allende se encuentran el 26 de noviembre, y toman rumbo a Guadalajara en busca de Hidalgo. Grata sorpresa se llevarán, el 12 de diciembre, encontrándose a un Hidalgo que se hace llamar “Alteza Serenísima” y exige que se le hable con una rodilla en el suelo; y que, emulando a sus contrapartes realistas, el día anterior, mandó su capitán, un tal Agustín Marroquín, alias Torero Marroquín, a degollar a todos los peninsulares presos, en tandas de a veinte; eso sí, en despoblado, que para no andar espantando a la gente. Así lo contaba el mismo Hidalgo cuando se le preguntó la razón de un “actuar tan inhumano” y si se les había formado algún juicio  a los finados:

“Que es cierto que á ninguno de los que se mataron de su órden se les formó proceso, ni había sobre porque formársele, bien conocía que estaban inocentes, pero sí se les dió confesores, cuyos nombres ignora, y sabían los que asistían á estas ejecuciones, las cuales se ejecutaban el campo á oras deshusadas y lugares solitarios, para no poner á la vista de los pueblos un espectáculo tan horroroso y capaz de conmoberlos, pues únicamente deseaban estas escenas los Indios y la ínfima canalla”

Ese día, por orden de Hidalgo, se asesinaron unos mil, quizá para celebrar el cumpleaños de la virgencita: no sería la primera vez…

Al enterarse de lo que ocurría, Abasolo detiene a Marroquín y libera a cuantos puede. Unos meses más tarde, al ser enjuiciado, unos cien peninsulares a quienes salvó ese día intercederán por él y salvarán su vida.

El 13 de diciembre, cosa común a los liberales –y neoliberales– mexicanos, deciden buscar ayuda en los Estados Unidos de América. Enviando a Pascasio Ortiz de Letona, que nunca llegó, como embajador.

El 20 de diciembre fundan el Despertador Americano, el primer diario insurgente que ayudará a difundir la causa, dirigido por Francisco Severo Maldonado, en cuyo primer número se imputa a los peninsulares "de querer entregar el reino a los franceses", se los acusa de afeminados y cobardes, demasiado apegados a sus bienes materiales como para defenderse, y se pide la formación de un congreso representativo, que gobierne mientras regresa Fernando VII, ¿Y la independencia?, Todavía no estaba en los planes.

Buscando la incorporación de nuevos soldados al desecho ejército, Hidalgo publica un decreto aboliendo la esclavitud, que versa:

“Que siendo contra los clamores de la naturaleza el vender á los hombres, quedan abolidas las leyes de la esclavitud, no sólo en cuanto al tráfico y comercio que se hacía de ellos, sino también por lo relativo á las adquisiciones; de manera que conforme al plan del reciente gobierno puedan adquirir para sí, como unos individuos libres al modo que se observa en las demás clases de la república, en cuya consecuencia, supuestas las declaraciones asentadas, deberán los amos, sean americanos ó europeos, darles libertad dentro del término de diez días, so la pena de muerte que por inobservancia de este artículo se les aplicará.”

La batalla final ocurrirá en Guadalajara, el 17 de enero, en La Joya; por los insurgentes: Hidalgo, Allende, Jiménez, Aldama, Abasolo, Iriarte, Torres y Gomez Portugal, asistidos por el armamento que desde el norte enviaba Mercado. Por los realistas: Calleja, Flon, García Conde y Emparán. A fin de llevarse toda la gloria, Calleja decide no esperar a de la Cruz que se encuentra en camino.

Calleja planeó la batalla sitiando a los insurgentes por todos los flancos, sin saber que los realistas del norte habían sido derrotados por las tropas de Jiménez.
La primera ronda la ganaron los insurgentes derrotando a las fuerzas de Emparán que atacaban por el este. Asaltaron entonces, por el oeste, los hombres de Flon que no se daban abasto contra el numeroso grupo insurgente. Calleja llegó desde el sur, dividiendo a los insurgentes, tomando el centro de la batalla y haciendo escapar en desbandada, nuevamente, a los inexpertos insurrectos.

Con el honor herido, Flon salió en persecución de los fugados; se encontró su cadáver al día siguiente no muy lejos de ahí. Los líderes insurgentes escaparon rumbo al norte con los hombres que les restaban. Tras la victoria, Calleja escribirá una carta –sencillamente magistral– al virrey Venegas, exigiendo inventar una presea para los soldados, y que amerita un lugar en este texto:

“Este vasto reino pesa demasiado sobre una metrópoli cuya subsistencia vacila: sus naturales y aun los mismos europeos están convencidos de las ventajas que les resultarían de un gobierno independiente; y si la insurrección absurda de Hidalgo se hubiera apoyado sobre esta base, me parece, según observo, que hubiera sufrido muy poca oposición.
Nadie ignora que la falta de numerario la ocasiona la península: que la escasez y alto precio de los efectos es un resultado preciso de especulaciones mercantiles que pasan por muchas manos, y que los premios y recompensas que tanto se escasean en la colonia, se prodigan en la metrópoli.
En este estado, si no se acude prontamente al remedio, puede no tenerse; y contrayéndome al ejército, me parece de absoluta necesidad que por ahora se le distinga con un escudo que en su orla exprese sucintamente las tres acciones que han libertado la América, exceptuando únicamente de esta gracia al jefe, oficial ó soldado que notoriamente se haya conducido mal, y colocándole al lado izquierdo del pecho.
Es menester acudir al remedio, y sofocar las quejas en su origen; y ya que haya dificultad en acordar premios y recompensas efectivas y útiles, no la haya á lo menos en conceder distinciones de pura imaginación.
Un laurel en la antigua Roma la produjo más victorias que hojas pendían de sus ramas. El ejército es el único apoyo con que contamos, y él es únicamente el que nos ha de salvar: los pueblos no entran sino por la fuerza en sus deberes”

Por no quedarse atrás, José de la Cruz sale en busca de Mercado, pero no llegará a tiempo. El 31 de enero, el cura de San Blas: Nicolás Santos Verdín, sobornando algunos allegados del insurgente, le tiende una trampa. Mercado intenta huir y muere cayendo en un barranco. Inconforme, el cura mandó sacar el cuerpo de Mercado para azotar el cadáver. Cuando de la Cruz llega, felicita al cura, manda ahorcar al padre de Mercado, y es nombrado Comandante General de Nueva Galicia y Presidente de la Real Audiencia de Guadalajara.

Entre tanto, nuestros héroes toman rumbo al norte. En Acámbaro, Hidalgo es destituido como Generalísimo, y amenazado de muerte si intenta fugarse del ejército.
Según Allende, el plan era formarle un juicio marcial, pero, dada su popularidad, se plantearon envenenarlo. Poco tiempo después, cuando fueron capturados, Allende mostró los frascos de veneno que tenían preparados para acabar con Hidalgo.

Por su parte, Hidalgo declarará:

“que él seguía al ejército, más bien como prisionero que por su propia voluntad, y así ignoraba positivamente el objeto de esa marcha, y presume que Allende y Jiménez, que eran los que todo lo ordenaban, llevarían el de hacerse de armas en los Estados Unidos, ó más bien el particular de alzarse con los caudales que llevaban y dejar burlados á los que los seguían”

El 16 de marzo llegan a Saltillo y deciden seguir la marcha rumbo a Estados Unidos. Se celebra una junta para decidir quién se quedará a defender la ciudad y nadie acepta el cargo. Tras una acalorada discusión, son designados Rayón y Liceaga.

Y siguen su marcha rumbo a Monclova, Coahuila, donde un subalterno de Jiménez: Ignacio Elizondo, los esperaba.

Como en innumerables ocasiones les ocurrió –y como suele ocurrir en este país con inaudita frecuencia–, fueron traicionados. El obispo de Linares corrompió a Elizondo y, juntos, tendieron una emboscada al ejército insurgente.

El 21 de marzo, unos cuarenta realistas y un nutrido grupo de indios –sí, de indios– comandados por Elizondo apresaron a los líderes del movimiento insurgente, capturando en un recodo del camino, uno por uno, los carros de la caravana. Al llegar al carro de los generales, Allende dispara sobre Elizondo llamándole traidor. Se desata un tiroteo en el que muere el hijo de Allende y el capitán Arias es herido de muerte.

La prolífica traición de Elizondo dio a los Realistas lo que la guerra no pudo. Ese día, a tan sólo ocho meses de haber comenzado el levantamiento armado, fueron apresados: Hidalgo, Allende, Jiménez, Aldama, Abasolo, Balleza, Lanzagorta, Fray Gregorio, Chico, Chowell, Onofre, Gómez Portugal, etcétera, etcétera, etcétera.

Únicamente consigue escapar Iriarte que corre a reunirse con Rayón y Liceaga.

Los presos fueron trasladados a Chihuahua, a excepción de los sacerdotes –salvo Hidalgo– a quienes enviaron a Durango. Durante el juicio, todos reaccionaron como lo que eran: personas comunes y corrientes intentando salvar sus pellejos:

Aldama jura que iba obligado y que entró en la insurrección por miedo a que lo mataran si no lo hacía. Inquirido por los asesinatos en varias ciudades responde:

“Que ha oído hablar de los de Guanajuato ejecutados por aquella plebe, y de los de Guadalajara que ejecutó el Cura Hidalgo, aunque el declarante nunca estuvo en dicha ciudad; que no ha oído ni sabido de otros ó algunos”

Cuestionado en tanto a si tenía conocimiento de su excomunión, responde:

“Que como católico apostólico romano jamás ha despreciado las censuras eclesiásticas; pero que el mismo miedo al Govierno lo ha obligado a seguir.”

Y, en suma, que él estaba ahí por miedo y que realmente nunca tuvo mayor responsabilidad dentro del ejército.

Abasolo confiesa todos los crímenes cometidos, y da información sobre los jefes que restan, sus posiciones, el tamaño de sus ejércitos, y demás. En su defensa habla de los españoles que salvó, y que interferirán por él ante el virrey salvando su vida. Dice, además, que meses antes había enviado una carta a Calleja, aceptando el indulto y denunciando a sus compañeros. La carta se encontró en posesión de su esposa: Manuela de Rojas Taboada, quien moverá cielo, mar y tierra intentando salvar a su esposo.

Hidalgo le hecha la culpa a Allende; asegura que, mientras conspiraban, él nunca pensó que la cosa fuera en serio, supuso que hablan por hablar, hasta que el movimiento les estalló y se les fue de las manos. Se arrepiente de todo lo que ha hecho y escribe a los insurgentes restantes que el movimiento no tiene sentido alguno y que de triunfar terminaría en “despotismo y anarquía”

Cuando se le pregunta por el dinero que tomaron en las ciudades que saqueaban a su paso, confiesa haberse robado un millón de pesos –recuérdese que el gobierno de la Nueva España tenía sólo 12 millones tres años antes– y confiesa dónde lo tiene enterrado.

Allende, asegura que la finalidad del movimiento era crear una junta representativa de todas las clases en Veracruz. Que entró en el movimiento, seguro de que Aguirre y Yermo pensaban entregar el reino a los franceses, razón por la cual habían apresado a Iturrigaray. Para justificar lo anterior, afirma que Arias, quien traía las noticias de la capital al respecto, lo aseguraba; que el mismo virrey Iturrigaray se lo había comentado cuando fue promovido a capitán de dragones; y numerosas cartas procedentes de España en las que se narraba cómo clero celebraba y oficiaba misas a la llegada de las tropas francesas en España, y que a los pocos días se veía a las señoritas de la Alta Sociedad del brazo de la “oficialía francesa”; cosa que no es de extrañar por aquí ocurría lo mismo.

La gente rara vez se compromete con una causa; y sí lo hace, su compromiso termina en cuanto ve peligrar lo suyo. A lo largo de toda guerra vemos llegar a los ejércitos insurgentes o realistas en las ciudades y ser recibidos, sin distingos, con vítores y gritos de “¡Vivan nuestros libertadores!”; se celebran misas, se canta el te deum, y se espera que el ejército se vaya lo más pronto y haciendo el menor daño posible.

Hay que ser bastante ingenuo para creer que fulano de tal, que no sabe leer ni escribir, ni tiene la más mínima idea de qué es una monarquía, qué es el reino o quién diablos es el nuevo rey, saldrá a defender sus posiciones políticas o la formación de un congreso representativo del que jamás en su vida ha escuchado, contra un ejército. La mayoría de la gente sólo padeció la guerra sin saber ni quién era quién, ni qué se defendía, y decir que “los mexicanos pelearon por su independencia”, va más allá de lo absurdo y raya en la imbecilidad.

Sigue su declaración acusando a Hidalgo de los asesinatos de peninsulares y afirma haber salvado a varios. Cuando se le inquiere en tanto a las órdenes y panfletos firmados por él, asegura que Rayón lo engañó para que firmara cosas que el no había ordenado. Cuando se le pregunta por las intenciones de Hidalgo afirma:

“Y por lo que toca al Cura Hidalgo, no duda que su idea hera engañar al Pueblo y al mismo declarante y demas, para benir a lebantarse con todo”

Termina declarando que su intención era llegar a la frontera y pedir a los ejércitos que se acogieran al indulto, siguiendo en compañía de su hijo rumbo a Estados Unidos y quien quisiera acompañarlo. Pide, además, que, si se le condena a la pena capital, se haga parecer su muerte como natural, para que la gente no se enardezca y, clamando por venganza, continúen la insurrección, o que se le envíe a España a pelear contra el ejército francés para redimirse.

El único que, confesando su cargo y consciente de sus acciones, ni se arrepintió, ni pidió clemencia, ni pretendió salvar su vida, ni denunció a sus compañeros, ni le echó la culpa a los otros, fue Mariano Jiménez; quizá esta sea la razón de que no se le mencione en la conmemoración.

El resto todo el mundo se lo sabe, Allende, Aldama y Jiménez son condenados a “ser pasados por armas del modo más ignominioso, a la confiscación de sus bienes y trascendencia de infamia a sus hijos varones”; se les cortan las cabezas y se las expone en la alhóndiga de granaditas donde “comenzaron sus crímenes”.

Más tarde llegará la de Hidalgo que, por ser parte del clero, tenía que pasar por un proceso de secularización. Lo de los dulcecitos y la mano en el corazón no se los cuento porque no me gustan las cursilerías;  sólo les dejo para el recuerdo, la condena que la Santa Iglesia Católica hizo de Hidalgo y que le recitaron antes de fusilarlo, clara muestra del amor de Dios:

"Por la autoridad de Dios Todopoderoso, el Padre, Hijo y Espíritu Santo; y de los santos cánones, y de la Inmaculada Virgen María madre y nodriza de nuestro Salvador; y de las virtudes celestiales, ángeles, arcángeles, tronos, dominios, papas, querubines y serafines y de todos los santos patriarcas y profetas; y de los apóstoles y evangelistas; y de los santos inocentes, quienes a la vista del Santo Cordero se encuentran dignos de cantar la nueva canción; y de los santos mártires y santos confesores, y de las santas vírgenes, y de los santos, juntamente con todos los santos elegidos de Dios, lo excomulgamos y anatematizamos, y lo secuestramos de los umbrales de la iglesia del Dios omnipotente, para que pueda ser atormentado por eternos y tremendos sufrimientos, juntamente con Datán y Avirán, y aquellos que dicen al Señor, ¡Apártate de nosotros! porque no deseamos uno de tus caminos y así como el fuego del camino es extinguido por el agua, que sea la luz extinguida en él para siempre jamás. Que el Hijo, quien sufrió por nosotros, lo maldiga. Que el Espíritu Santo, que nos fue dado en nuestro bautismo, lo maldiga. Que la santa cruz a la cual ascendió Cristo por nuestra Salvación, triunfante de sus enemigos, lo maldiga. Que la santa y eterna Virgen María, madre de Dios, lo maldiga.
Que todos los ángeles y arcángeles, principados y potestades, y todos los ejércitos celestiales, lo maldigan. Que San Juan el precursor, y San Pedro y San Pablo y San Andrés y todos los demás apóstoles de Cristo juntamente, lo maldigan. Y ojalá que el resto de sus discípulos y los cuatro evangelistas, quienes por sus predicaciones convirtieron al mundo universal, y ojalá que la santa compañía de mártires, y confesores, quienes por sus santas obras se han encontrado agradables al Dios Todopoderoso, lo maldigan. Ojalá que el Cristo de la Santa Virgen lo condene. Ojalá que todos los santos desde el principio del mundo y todas las edades, quienes se hallan ser los amados de Dios lo condenen; y ojalá que los cielos y la tierra y todas las cosas que hay en ellos, lo condenen. Que sea condenado donde quiera que esté, en la casa o en el campo: en los caminos o en las veredas; en las selvas o en el agua, o aún en la iglesia. Que sea maldito en el vivir y en el morir; en el comer y el beber; en el ayuno o en la sed; en el dormitar o en el dormir; en la vigilia o andando; estando de pie o sentado; acostado o andando; mingiendo o cancando y en todas las sangrías. Que sea maldito interior y exteriormente. Que sea maldito en su pelo. Que sea maldito en su cerebro. Que sea maldito en la corona de su cabeza y en sus sienes, en su frente y en sus oídos; y en sus cejas y en sus mejillas; en sus quijadas y en sus narices; en sus dientes anteriores y en sus molares; en sus labios y en su garganta; en sus hombros y en sus muñecas; en sus brazos, en sus manos y en sus dedos. Que sea condenado en su pecho, en su corazón, y en todas las vísceras de su cuerpo. Que sea condenado en sus venas, en sus músculos, en sus caderas, en sus piernas, pies y uñas de los pies. Que sea maldito en todas las junturas y articulaciones de su cuerpo. Que desde la parte superior de su cabeza hasta la planta de sus pies, no haya nada bueno en él. Que el Hijo del Dios viviente, con toda la gloria de su majestad, lo maldiga, y que el cielo con todos los poderes que hay en él se subleven contra él, lo maldigan y lo condenen."
Amén. ¡Así sea! Amén".


Textos consultados:

Alamán L. (1852). Historia de México, desde los primeros movimientos que prepararon la independencia en el año de 1808 hasta la época presente escritos. Tomos I, II, III, IV y V.
Alamán L. et al. (1910). Episodios históricos de la guerra de independencia. Imprenta de “el tiempo”. Tomos I y II.
Bustamante C. M. (1843). Cuadro histórico de la revolución mexicana comenzada en 15 de septiembre de 1810 por el ciudadano Miguel Hidalgo y Costilla, cura del pueblo de los Dolores, en el obispado de Michoacán. Universidad Nacional de México. Tomos I, II, III, IV y V.
Bustamante C. M. (1828). Campañas del general D. Felix María Calleja comandante en gefe del ejército real de operaciones llamado del centro. Imprenta del Aguila.
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Octubre - 01 - 2010

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