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Sitio web dedicado a la preservación del hábitat del Armandopithecus mexicanus inpudicum. Reserva de la exósfera.

La palomita 

Paloma de bautismo y Palomita por antitética antonomasia, era una mujer de esas de a eme mayúscula: más entrada en carnes que en años, pizpireta la que más, ennoblecida por una elegante doble papada, y un naciente y espeso bozo que era la envidia de todos los adolescentes de la zona. De más está decir que se había quedado a vestir santos pues jamás llegó varón alguno que le diera el ancho.

Palomita, propietaria de la zona comercial de San Miguel de la Barranca, pasaba sus días inventando el mundo en compañía de Patita: viuda por designios del Señor, que había nacido Gertrudis y terminó Patita en razón de un prominente labio inferior aunque eso, claro, ella no lo sabía; y se vivía tranquilamente Patita porque su bondadosa madre, para atemperar el mote, convirtió a su abuela Guadalupe en Patricia.

Patita nunca se preguntó porqué a su abuela Patricia todo el mundo le decía Doña Lupe, que cosas más raras hay en el mundo, pero nunca entendió en qué le encontraban parecido con la abuela que, difícilmente, podría haber sido más distinta a ella. Sin hallar jamás una respuesta convincente optó por creer todo lo que le decían; y de ahí que hiciera tan buena mancuerna con Palomita que lo que no sabía lo inventaba, y como no sabía mayor cosa: lo inventaba casi todo.

San Miguel de la Barranca era uno de esos pueblitos que crecen a orillas de la carretera, que tenía por Dios Padre un fragmento inconcluso de la misma. Según parece, las autoridades estaban muy ocupadas expropiando los terrenos y lidiando con los antiguos propietarios como para recorrer el trayecto que seguiría la vía. Cuando los constructores llegaron a ese punto se encontraron con una piedra gigantesca y, como pasar la carretera por encima salía muy caro, decidieron dinamitarla. Las maniobras resultaron en un enorme agujero que había que rellenar. El asunto llevaba demasiado tiempo y el progreso no puede frenarse por nimiedades pues se corre el riesgo de no terminar antes del siguiente periodo electoral. Y pensando en los peligros que eso conllevaba, decidieron dejar ese tramo inconcluso, seguir más adelante para poder inaugurar cuando lo prometió el Gober, y luego, regresar a terminarlo.

La obra se inauguró a tiempo, cambió la administración, se pagó a la constructora y el tramo nunca se terminó. Pero no hay mal que por bien no venga; la gente que vivía por ahí pudo desentenderse de sus hijos unas horas mientras éstos se entretenían esperando que algún despistado cayera en el agujero al que apodaron “La barranca”. Tiempo después a alguien se le ocurrió poner una vulcanizadora; luego vinieron las quesadillas para entretener a los accidentados, y luego más y más y más puestos de quesadillas porque es de tontos poner un negocio nuevo cuando a uno que ya existe le está yendo tan bien.

Cuando finalmente alguien fue a terminar la carretera ya había un montón de gente viviendo en la zona, demandando servicios y protestando por el olvido absoluto en el que los tenía el Gobierno, que ni caminos decentes podía construirles.

Acudió entonces algún representante del Gobierno que les dijo que en marabunta no pensaba escucharlos y que eligieran representantes para poder hablar como-la-gente. Se realizó una asamblea y se eligió a don Emeterio que, por haber pasado once años cursando los seis años de educación primaria y casi haberla terminado, sabía leer y escribir. Pero al día siguiente, cuando don Emeterio amaneció muerto a machetazos, se eligió por unanimidad a don Palomino que, por tener tres camiones de redilas, controlaba la importación y venta de víveres, y que, por cierto, era progenitor de la Palomita.

Don Palomino negoció la construcción de una escuela –o más bien un salón– que no se uso durante catorce años porque no había profesor; una iglesita que tuvo Padre a los siete días; y un letrero. Se encomendaron a San Miguel y nació el pueblo con todas las de la ley.

Pero, por alguna razón, cuando en este país se hacen las cosas bien: todo sale mal. Cuando se terminó la carretera dejó de haber accidentes y la gente ya no se detenía en el pueblo. Mermó la venta de quesadillas y la demanda de productos. San Miguel de la Barranca se fue a la ruina. Don Palomino se fue a hacer carrera política y se olvidó del cochino-pueblo-de-mediocres-sin-iniciativa; y la Palomita se quedó con una tienda, tres camiones de redilas enteramente inútiles, y la firme convicción de que ella era una persona principalísima en el pueblo.

Un día sí y al otro también, podía verse a Palomita y Patita sentadas a la puerta de la tienda, abanicándose las moscas, esperando a que algo ocurra; y como nada pasa: Palomita inventa y Patita se lo cree.

-Buenos días Palomita ¿Cómo le va?
-Pues aquí, ya sabe, y usté ¿Qué tal?
-Pues se hace lo que se puede, pero está difícil.
-No se queje, don Fabián, que Dios sabe porqué hace las cosas.
-Eso que ni qué, pero sí que nos la pone dura; yo ya estoy pensando en jalar pal’ norte.
-Bueno, ¿Y qué va a querer?
-¿Tiene cocas frías?
-Más o menos, las puse hace un rato.
-Pues deme una. Y estos chocodestos ¿Son nuevos?
-Uuuuuy son más viejos que usté… sólo les cambiaron la bolsita.
-Bueno pues unos desos, y  ¿Tiene cigarros sueltos?
-Nomás Raly
-Pos deme dos, ¿Cuánto es?
-Veintisiete.
-Cada día sale más difícil Palomita… ahí ta´ pues.
-Vaya con Dios, don Fabián.

-Ay Patita, ese don Fabián es más tacaño…
-¿No será que sí le va mal?
-¡Qué mal le va a ir, ni qué nada! ¡Con lo caro que cobra por los viajes en el taxi!
-Pero si usté ni viaja Palomita, ¿Cómo sabe que cobra tan caro?
-Pues de algún lado tendrá que sacar para mantener a dos familias.
-¡¿Dos familias?!
-¡Claro! ¿Pues apoco cree que tanta gente viaja a la ciudad?... Ése tiene otra casa por allá.
-Pobre Carmencita, su mujer.
-¿Pobre? Si esa bien que se aprovecha de los viajes del marido.
-¿De veras Palomita?
-¡Por ésta! Si sólo hay que ver las miradotas que se echa con Rubencito en la iglesia.
-¿¡Con Rubencito!? ¿El hijo de doña Juanita?, ¡Pero si tiene como trece años!
-Pero salió precoz el chamaco… si Carmencita no es la primera; así como lo ve, ya lleva varias, y otras se lo traen entre ojos.


-Buenas, Palomita; buenas, Patita.
-Buenas Rosita.
-¿Tiene huevo?
-Como diez.
-Y ¿A cómo está?
-De a dos pesos la pieza, mi niña.
-Deme cinco, de favor… ¿Y leche chica?
-Nomás de polvo y de la carneishon.
-Pues deme una Coca.
-¿Cuánto es?
-Veinte, mi niña.
-Gracias Palomita.

-¿Qué bonita la Rosita, verdad?
-Pues a ver cuánto le dura.
-¿Por qué lo dice, Palomita?
-Porque salió rete cusca la niña.
-¡¿Cómo?!
-Ay Patita pues ¿En qué mundo vive?
-Pues en este mismo, Palomita, si aquí estoy con usté todos los días.
-Pues ¿Qué no se enteró que la anda pretendiendo el Tomás?
-Algo supe deso, sí.
-Pues ahí anda el Tomás, trabajando de cargador para quedar bien con el señor Juan y que le convenza a la hija, ¡Y hasta come en su casa varias veces por semana!
-¿Y luego?
-Pues que la Rosita no le dice ni que sí ni que no; pero anda noviando con el Roberto.
-¿Cuál Roberto, Palomita?
-El hijo de doña Sara.
-¿Pues qué ese muchacho no estaba casado con la Albertita?
-Pues casado está, pero dicen que desde hace tiempo nada de nada, y a mí no me gusta andar en chismes pero pues ya tienen rato y la niña no ha encargado.
-No, pos sí.
-Pero no sólo con el Roberto, Patita.
-¡¿No?!
-¡No!, si luego viene a buscarla otro hombre que parece como militar.
-¡Válgame Dios!
-No, si así son todas las bonitas, Patita, se la pasan con uno y con otro y con otro, y pues ¿A quién le dan pan que llore, verdá?, pero un día se les acaba, Patita, y luego ¿Quién las toma enserio? Si ya pasaron por tantos… No, si lo bonito es más bien una maldición.
-Sí, verdad.


-¡Ay! Ya viene otra vuelta este borracho.
-Señorita, Palomita, ¿No me regala una monedita?
-¡Lárgate de aquí borracho! Mejor habrías de ponerte a trabajar.
-Una caridá, Patita, que no he comido nada.
-No le des nada, Patita, ¡Ándate!, ¡Ándate borracho!

-Pobre Josecito, lo que hace el alcohol.
-Pobre de su madre, que Dios la tenga en su santa Gloria, si viera el bueno para nada qué se hizo su hijo.
-No sea así, Palomita, a lo mejor de veras no había comido nada el muchacho.
-No diga tonterías, Patita, si todo se lo gasta en la tomadera, ¿Quiere que le fomentemos el vicio?
-No, pero pues un taco aunque sea.
-Ay, ¡Cállese Patita!, que me está usté poniendo de malas.


-Buenas, doña Paloma.
-Buenas tardes, doña María.
-¿Tiene aceite?
-Del un, dos, tres.
-Pues démelo.
-¿Cómo sigue la niña?
-Pues en casa de su tía, ¿No le dije?
-Creo que sí, algo me comentó.
-Pues se fue con su tía a la ciudad, para estudiar allá.
-ah… ¿Y qué tal?
-Pues bien… allá tiene más oportunidá, ya ve que aquí sólo hay un salón y ni aprenden nada.
-No, pues sí, hay que pensar en los hijos.
-¿Cuánto es?
-Dieciocho.
-Dieciséis, diecisiete, dieciocho, gracias doña Paloma.
-Ándele pues, salúdeme a la niña cuando la vea.

-Ésta no tiene vergüenza, Patita.
-¿Por qué, oiga?
-Pues según que mandó a la niña a la ciudad qué para estudiar. Pero todos saben que anda cargada.
-¿María?
-¡¿Cómo María, Patita?! ¡¿Qué no la acaba de ver?!... ¡La niña!
-¡La niña!
-Así como lo oye, Patita.
-¡Jesús, María y José!
-Pero ¿Sabe qué es lo peor?
-¿Qué es lo peor Palomita?
-Pues ya ve que a la María se le fue el marido pa’ los Estados Unidos.
-Aja
-Y que se arrejuntó con otro señor.
-Sí, sí, sí.
-Bueno, pues parece que el que cargó a la chamaca fue el hombre éste.
-¡Dios bendito!
-No, si eso les pasa por cuscas, Patita.
-¡Qué barbaridad!
-¿Qué horas tiene Patita?
-No, yo no uso relós, Palomita.
-Pues vámonos yendo a misa, nunca es tarde para visitar al Señor.
-¿Al señor cura?
-Al Señor y al señor cura, Patita, vámonos pues.


Don Pedrito, padrecito de San Miguel de la Barranca, había llegado a cura imbricando Ciencia y Religión: de milagro y por herencia. Muchos años atrás, su padre, Gonzalo, aún infante, jugaba en alguna carretera cuando un tráiler pasó sobre él. Su madre –Abuela de don Pedrito– gritó despavorida pero a Gonzalito no le pasó nada. Los ejes del Tráiler se encontraban suficientemente alto como para pasar sobre el niño sin siquiera rozarlo; pero sus padres se convencieron de la intervención divina y, para retribuir al Criador,  decidieron entregarlo al mismo.

Gonzalito creció destinado al sacerdocio, sin contar con que, entre los muchos cambios propios de la adolescencia, a eso de los quince: la carne se ablanda. Y todavía aguantó dos años Gonzalito, pero a los diecisiete conoció a Marianita, y como la carne es débil y a los diecisiete más, cayó víctima de la tentación y el resultado fue Pedrito, quien nació con la heredada encomienda de subsanar las deudas de su padre para con Dios.

Para evitarse tentaciones y la repetición de patrones paternos, Pedrito sólo fue a la escuela lo suficiente como para aprender a odiar a las niñas y en cuanto su mamá notó los primeros cambios: lo sacó. Cosa que no fue ninguna tragedia para Pedrito porque en la escuela no daba una. Reprobaba con increíble persistencia Matemáticas y esa era la única asignatura que más o menos entendía. Gonzalo, siempre optimista, solía decirle a su madre:

-Menos mal que va a ser cura y no necesita saber hacer nada para eso.

Y como Dios es cosa de fe y no de sapiencia, Pedrito llegó padrecito, y nada más que de San Miguel de la Barranca. Donde a diario lo visitaban Palomita y Patita que, por no tener nada que confesar, solían confesar a los otros:


-¡Ay! señor cura
-¿Qué pasa Patita?
-¿Ya se enteró de lo de la niña de María?
-¿Qué le pasa a la niña de María?
-¡Pues que anda cargada!
-¡Cómo va a ser!
-¡Sí, don Pedrito! ¡Y la Rosita!...
-¿Qué pasa con Rosita?
-Pues me dijo la Paloma que anda de coscolina de aquí para allá.
-Ya te dije que no le creas todo a la Paloma que se la pasa inventando cosas.
-Perdón padrecito.
-¿Y con quién dices que sale la Rosita?
-¡Con un militar!
-¡Dios de mi vida! Pobre Tomás, tan buen muchacho y tan enamorado que anda de la Rosita.
-Y dice la Paloma que por eso lo bonito es maldición.
-Maldición para los otros Patita… algo así dice el apóstol San Pablo.
-¿Qué dice padrecito?
-Pues ahorita bien-bien no me acuerdo, y no hay que estar falseando las palabras del Señor.


En estas andaban cuando se escuchó el derrapar de unas llantas no muy lejos. Por un momento todo fue estupor, hasta que empezaron a entrar los niños peleándose por dar la noticia. Corrieron hasta don Pedrito que inquirió:

-¿Qué pasó Carlitos? ¿Qué es todo este alboroto?
-Un camión aplastó al señor José
-¡No le hable así al señor cura, chamaco insolente!
-¡Silencio, Patita! ¿Cuál señor José?
-El borracho, padrecito.
-¡Válgame el cielo! Vamos para allá.

Cuando don Pedrito llegó donde José, éste todavía respiraba. Desde luego, San Miguel no tenía médico alguno; así que llamaron a la cabecera municipal pidiendo ayuda. Y la ayuda llegó, pero once horas más tarde cuando a don José ya lo estaban velando.
En primera fila estaban, por supuesto, Patita y Palomita, haciéndola de plañideras pues se sabían todas y cada una de las letanías apropiadas para esta suerte de sucesos, y aún mejor que don Pedrito.

-¡Pobre Josecito –Se lamentaba Palomita– era tan bueno…!
-Oiga Palomita, si apenas ayer usté dijo que era un borracho y un bueno para nada.
-¡Cállese Patita! –Le susurró un pellizco– ¡¿Qué no ve que no hay que hablar mal de los muertos?! Si de veras que usté no es más burra porque… porque ya no se puede ser más burra. Y claro que bebía el muchacho, pero era porque extrañaba a su mamá, o ¿Qué ya no se acuerda que empezó a beber cuando falleció su mamacita? ¡Ay, Josecito! ¡Ya estás con tu mamita! ¡Bendito sea Dios, se acabó tu sufrimiento!
-¡Ay Josecito! –Secundaba Patita.


-Oiga, Palomita, allá está la niña de la señora María y no se ve embarazada.
-¿Dónde?... ¡No sea tonta, Patita, qué no ve que a esa edad no se les notan las panzas! O, a lo mejor, ya hasta lo tuvo y lo dejó por ahí; o la vendaron para que no se le note; si con esta gente nunca se sabe, Patita, son capaces de cualquier cosa con tal de guardar las apariencias.

-Ahí viene la cusca de la Rosita.
-¿Quiere un cafecito Palomita?
-No, mi niña, muchas gracias.
-¿Y usté, Patita?
-No Rosita, yo estoy bien.


Ya pasadas las penurias por los Divinos decretos, podía verse, nuevamente, a la Patita y la Palomita, a la puerta de la tienda, inventando el mundo y abanicándose las moscas.

-¿Ya se enteró, Palomita?
-¿De qué Patita?
-Que la Albertita está embarazada.
-¡Ja! La Rosita debe estar muriéndose de coraje… Habrá que ir a felicitar a la Albertita, Patita.
-Y llevarle algo para el niño.
-Mientras no tengamos que ver al marido…
-¿Qué tiene Robertito, Palomita?
-Pues ya me enteré que anda revolcándose con la Carmencita.
-¡Válgame Dios! ¡Y con la mujer embarazada!
-No, si en este mundo ya no hay moral, Patita, ya no hay moral…

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