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Diatriba de-letérea

El día de ayer, el Secretario de Educación Pública: Alonso Lujambio, el presidente del Consejo de la Comunicación (la voz de las empresas): Pablo González Guajardo, Elba Esther Gordillo –La Maestra o no me odien por ser bonita– y su yerno presentaron la campaña Movimiento Social por el Fomento a la Lectura. Leer para Aprender: La nueva estrategia del Gobierno Federal para fomentar los paupérrimos estándares de lectura de los mexicanos que, según dicen, rondan los dos libros anuales.

Me gustaría hacer una reflexión más formal sobre el asunto, pero en el portal de la SEP la información con respecto al programa se limita a fotografías y reseñas noticiosas de la presentación; de lo que se deduce que aún no hay lineamientos de operación.
Los diarios, no obstante, sí ofrecen algunos datos por los que se entrevén los objetivos y medidas que se implementarán. Según La Jornada, como meta a largo plazo, el programa pretende:

“Incrementar a 4.1 millones el número de niños de primaria en los niveles de bueno y excelente de la prueba Enlace 2012”

Y para ello buscarán:

“Promover 20 minutos de lectura diaria en el hogar, fomentar esta actividad en la vida cotidiana de las escuelas e integrar el consejo estatal para la promoción y fomento a la lectura; impulsar el uso de estándares nacionales de habilidad lectora para el desarrollo de la fluidez, así como acciones de formación de docentes relacionadas con este propósito; fortalecer la utilización de las bibliotecas públicas, escolares y de aula, y crear los comités de lectura de los Consejos Escolares de Participación Social.”

Para quienes no estén acostumbrados a la retórica oficialista, aclaro: hay tres actores participando en el montaje: La SEP, el SNTE y el CC.

La SEP se encargará de “crear” estándares de medición de lectura, es decir, que usará los que ya existen: número de palabras por minuto; pero ocupará un presupuesto considerable para ello, para que en el siguiente informe presidencial pueda presumirse que se destinó mucho dinero al rubro de educación y cultura.

El SNTE, añublo del erario, recibirá una cantidad ingente de dinero para la “modernización” o “actualización” de las bibliotecas escolares; creará normas inaplicables como, por ejemplo, que todas las escuelas deben tener un mínimo de 500 libros. Destinará una parte –la mayor– para la logística e implementación del programa; una parte para contratar alguna empresa improvisada que se encargará de comprar o hacer y distribuir libros para niños a precios descomunales; una parte para impartir cursos de capacitación a los profesores en relación con el fomento a la lectura –mismos que los mentados utilizarán para ganar puntos para la carrera magisterial y mejorar sus misérrimos salarios y en los que no aprenderán ni un ápice– y una parte para que Elba Esther se compre otra mansión en los Campos Elíseos.

El CC, puesto que es el promotor principal de la iniciativa, será el que corra con la mayor parte del show. A decir verdad, el programa entero no es sino una campaña publicitaria, enfocada en mejorar la imagen del empresariado mexicano, tan vapuleada a últimas fechas.
La campaña se intitula “Diviértete leyendo”, y promoverá la lectura al más puro estilo Televisa: con artistas y deportistas diciéndole a la gente lo maravilloso que es leer; algo así como el Teletón pero sin minusválidos.

Ínclitas figuras, destacadas por su erudición y vastísimos bagajes léxicos, como Tatiana, el Místico, Yordi Rosado, Belanova, Ingrid Coronado y hasta Winnie Pooh; serán los encargados de conducir a la sociedad hacia el mundo de las letras y la alta cultura; en aras… ¿De qué?

Pudiese ser que los aforismos de Goethe: “Sólo la poesía ordena y estructura la imaginación” y “No hay nada más espantoso que la imaginación carente de gusto” han calado el alma de algún potentado. O quizá fue aquel famoso soneto de Sor Juana:

En perseguirme, Mundo, ¿qué interesas?
¿En qué te ofendo, cuando sólo intento
poner bellezas en mi entendimiento
y no mi entendimiento en las bellezas?

Yo no estimo tesoros ni riquezas;
y así, siempre me causa más contento
poner riquezas en mi pensamiento
que no mi pensamiento en riquezas.

Y no estimo hermosura que, vencida,
es despojo civil de las edades,
ni riqueza me agrada fementida,

teniendo por mejor, en mis verdades,
consumir vanidades de la vida
que consumir la vida en vanidades.

Quizá, por casualidad, alguno leyó a Carlos fuentes, y coincidió con él en que:

“El desarrollo no consiste sólo en el crecimiento del producto bruto, sino que significa el desarrollo de todas las posibilidades de cada hombre.”

O, quizá, leyó los estudios de Vygotsky que, hace ya casi cien años, demostraron la intrínseca relación entre la adquisición y desarrollo del lenguaje simbólico, y los procesos psicológicos superiores. Donde se evidencia al lenguaje como la herramienta fundamental del ser humano para concebir un mundo más allá de sus narices, solucionar problemas, generar hipótesis y postergar las reacciones inmediatas; también llamadas: inteligencia.

Pero, claro, eso sería esperar demasiado de los potentados mexicanos, invariablemente ajenos a las Letras. No hay que ir muy lejos; la propuesta surgió de ellos y, a diferencia del Gobierno Federal, el CC ya hizo su trabajo. Los comerciales ya están grabados, los histriones contratados, y hasta hay una página en internet para acceder a la campaña. Los segmentos culturales: lecturas y localización de bibliotecas, están en construcción, pero lo importante: la martingala mediática, ya está más que lista.

En la sección Programas de lectura encontramos la respuesta anhelada, en una cita de Felipe Garrido:

"Quienes no saben leer, difícilmente podrán sumarse con eficacia a un mercado de trabajo cada vez más complejo y cambiante; difícilmente podrán llevar una vida en verdad productiva, ni colaborar cabalmente con el progreso de su país"

Si esta es, verdaderamente, la razón de la campaña o si lo es mejorar la imagen del empresariado mexicano ante la sociedad, haciéndolos pasar por altruistas y desinteresados defensores de la cultura preocupados por el bienestar y progreso de los mexicanos: habrá que atribuir la empresa a su ingenuidad respectiva a todo lo que no sea la rapiña.

Bastan dos dedos de frente para saber que la inmensa mayoría de los mexicanos, no obstante las constantes acusaciones de su mesías tabasqueño, no tiene ni la más remota idea de quienes son los “empresarios” que encarnizadamente abomina, ni qué es el Consejo Coordinador Empresarial, ni el significado de términos como plutocracia –hoy, bellamente, convertido en Cleptocracia por Muñoz Ledo–, voraz o rapaz, y vaya, hasta dudo que el de minoría.

Pero antes de seguir, voy a hacer una acotación para los autoproclamados portavoces de “el pueblo” –y no hablo de los diputados– que suelen indignarse terriblemente por mis denuestos y mis opiniones agraviantes de los mexicanos, que me tildan de soberbio y braman su descontento con acusaciones varias y faltas ortográficas:

Hace un par de días, fui aleccionado por un excelente documental intitulado En el hoyo que seguía algunos albañiles que participaban de la construcción del segundo piso del periférico. El comentario de uno de ellos me resultó particularmente impactante y revelador en tanto las conciencias de Clase (de las que hablaba Marx): el término con el que peyorativa y enconadamente se refería a la burguesía era “Licenciado”; y por si quedaba alguna duda –o como para blindarse de la posibilidad de malabarismos retóricos de los politólogos–, el entrevistado concluía con algo así como: “para eso van a las universidades: para aprender a robar”. Dejando en claro que, por mucho que sociólogos, politólogos y demás ólogos nos imaginemos revolucionarios, no dejamos de conformar una élite ajena al populacho que, además, nos vive antípodas.

Ahora, regresando a mi diatriba, aun y si una parte considerable de población los identificara como la sanguijuela que son: están imposibilitados para hacer algo al respecto; por lo que no hay razón alguna para tratar de mejorar su imagen. En mi opinión, sería mucho más plausible que aceptaran su condición de explotadoras sanguijuelas, con su respectivo rencor de las masas oprimidas, y dejaran de fingir munificencia: emprendiendo campañas de promoción de la lectura, regalando juguetes el día de reyes o erigiendo CRIT’s. Pero sé que esperar que dejen la hipocresía también es pedir demasiado.

Bien, ¿En qué terminará esta campaña? ¡En nada! Será un gasto oneroso para el erario; los libros nunca llegarán a las bibliotecas escolares o ahí se quedarán adornando estanterías; la gente no irá a las bibliotecas por mucho que las remodelen (porque eso es lo que significa promoción de bibliotecas públicas: cambiar los pisos y fachadas, poner un letrero que diga algo así como Biblioteca Alfonso Reyes, que la gente pase y diga ¡Mira aquí había una biblioteca!, que entren algunos curiosos a sorprenderse por los ecos, el olor de los libros y el frío; regresen al sol y el ruido de los cláxones, convencidos de que ese día han hecho algo cultural; lleguen a sus casas y digan “entré a la biblioteca nueva”, les respondan “¡¿Tú?! ¡¿En una biblioteca?!” y repliquen algo como “Ah ya ves, así soy yo de intelectual”, provocando la hilaridad de la familia. Y claro, estos momentos familiares son invaluables, así que porqué no invertir unos cuantos millones en ellos.

Desde luego, habrá algunos que decidan aunarse a la cruzada cultural; si los hay que se van de rodillas a la villa: que no los haya que dediquen veinte minutos a leer…
Harán el intento. En la tercera página del primer libro que tengan a la mano encontrarán una palabra enteramente desconocida, buscarán un diccionario y en la definición de esa palabra encontrarán otras dos palabras que jamás han escuchado; decidirán dejarla pasar y seguir; dos páginas más adelante se repetirá la situación; pero para su fortuna ya habrán transcurrido los 20 minutos. Lo intentarán, a lo más, por cuatro días, y regresarán a sus vidas normales, pero ahora con una aversión más aguda contra los libros.

El siguiente año, cuando se vuelva a aplicar la prueba Enlace, descubrirán que los niveles de lectura son enteramente los mismos que el año anterior. Así que el gobierno tendrá que cambiar las escalas de valoración; ¿Cómo? ¡Muy sencillo! Sólo hay que bajar el número de aciertos necesario para obtener una categoría superior. Si este año se requerían veinticinco aciertos en el examen para ser catalogado como “Bueno” y treinta para ser “Excelente”, lo bajas a quince y veinte: Los regulares se convierten en buenos, los buenos en excelentes y los excelentes se quedan como estaban. Así, obteniendo el mismo número de aciertos que al año anterior, obtienes una categoría superior. Y es que ni modo que se diga que se tiraron cientos de millones a la basura.

Ahora, como se los ha enseñado Televisa, me dirán que “quejarse es muy sencillo y proponer es lo difícil”; y como yo no tengo ganas ni me considero capaz de hacer que la gente deje de repetir lo que le dice la televisión, esta vez sí traigo propuestas. Pero para no tener que hacer un extensísimo desarrollo teórico de las mismas les propondré un ejercicio como los de los maestros de yoga que salen en la tele:

Tienen que cerrar sus ojitos –de preferencia háganlo después de leer las instrucciones para evitar repetición de actividades– y dejar que el concepto de “niños lectores” invada su ser.
Inhalen profundamente por la nariz y saquen el aire lentamente por la boca. Imaginen un salón de clases en un México de lectores; observen cómo se comportan; cómo interactúan con el profesor en un ambiente de calidez, silencio y respeto. Imaginen a esos niños llegando a sus casas y leyendo con sus padres, y a estos últimos prestándoles atención como si de verdad les importara.

Pueden comenzar ahora…

¿Lo han conseguido? ¡Excelente!

Mi propuesta consiste en hacer exacta y absolutamente todo lo contrario de lo que han imaginado. ¿Por qué? Por un ejercicio de introspección: Quizá yo no sea un ciudadano modelo, pero si de algo puedo hablar con certeza es de esto porque soy un lector voraz. Llevo la lectura a tal grado que si de los libros pudiesen obtenerse placeres eróticos: no saldría de mi casa en lo absoluto.

Mi acercamiento al mundo de la lectura comenzó bastante temprano. No soy mucho de andar acumulando recuerdos pero casi puedo verme a eso de los once años corriendo a comprar el periódico los domingos.

No era, desde luego, que me importara mucho el gobierno de Salinas. Yo corría en busca del diario La Jornada por las Histerietas y el suplemento cultural del domingo porque en la última página venía La chora interminable.

Se trataba de una tira cómica, dibujada por los moneros Jis y Trino, en las que se contaban las aventuras del Santos. Mientras que la mayoría de los diarios presentaban las aburridísimas tiras de Spiderman o La pequeña Lulú; La Jornada presentaba al Santos: Una parodia del Enmascarado de Plata: Ídolo del pueblo mexicano.

Difícilmente podría pensarse en algo menos apropiado para los niños. Apenas uno comenzaba a leer, se encontraba al Santos rascándose sus destos, sacándose un moco, echando una firma, tratando de no venirse tan rápido, haciéndose una puñeta, dándose un gallo, echándose un requinto gruesísimo, promoviendo una nueva marca de cerveza, en calzones por la calle, poniéndole una golpiza a la caperucita, comiendo unos hongos mágicos, metiendo pollitos en la licuadora, robando en una casa, inyectándose heroína o apunto de suicidarse.

Además del Santos y su inseparable compañero: El Cabo, en la caricaturesca arena se daban cita distintos personajes: el Diablo Zepeda, el Peyote Asesino, el Perro Aguayo, el Charro Negro, los Cerdos Gutiérrez (amantes de la marihuana), la Cobra Bulmaro, el Blue Demos, la Perra Fiusha y el Gamborimbo Punx, el matemático Payán y, eventualmente, Godzilla o los Zombis de Sahuayo. Y Las féminas: la Caperuza, Susi Sanramón, la Rata Maruca, la Sirena Lupe y la Kikis Corcuera.

Enamorado perpetuo de su esposa: La Tetona Mendoza –regenta de un prostíbulo (el Tetonas Palace) donde trabajaban las “Ponquianchis del espacio” (adictas al sexo)– que, más tarde, lo abandonaría por el Diablo Zepeda.

Jis y Trino revolucionaron el mundo de las tiras cómicas adelantándose un par de décadas al humor de Family Guy o American dad, con su lenguaje vulgar y sus personajes inaprehensibles para la época. Cada tira era aún más grosera que la anterior. Los personajes aparecían en imágenes desnudos, drogándose, golpeándose o teniendo relaciones sexuales de todo tipo. Cuando La Jornada intentó limitarlos, dedicaron varias tiras a mofarse de la censura; dibujaban a los censores como personajes y les hacían ver su suerte. Un cómico recuadro, del 12 de agosto de 1990, titulado “El Peyote diario quiere dialogar con la cesura” lo muestra, al teléfono, diciendo:

“Oigan, ¿Por qué en el siguiente número no salimos todos encuerados, pachecos, en una orgía y al final decimos todos: ‘amiguito, libérate de tus papás’?… ¿No?, Bueno ahí les va otra”

La chora interminable no se quedaba atrás, con personajes como Napoleón y su recolector de semen, Chayo, el Señor Cabeza, el Cazador de Patos, los Aztecas, la Vaca Juana, el Dios de los moneros, el Escritor y la Musa o los pajaritos-cuenta-chistes.

Las barbaridades de Jis y Trino, increíblemente, duraron varios años en el diario. Es probable, inclusive, que la mitad de los lectores sólo lo compraran por dicha tira. Años después, cuando Jis y Trino ya no publicaban en él: yo seguí leyendo y leyendo La Jornada.
No la ridícula mojigatería de los programas infantiles de hoy en día, no las insulseces de Memorias de una gallina, El secuestro de la bibliotecaria o Adivina cuánto te quiero –libros sugeridos en la página de la campaña de la CC– sino el desparpajo y la brutalidad de El Santos y compañía fueron mi exordio a la cultura; y por ahí va mi propuesta.

¡Quiere pervertir a nuestros niños! –Se santiguarán alarmados– y no niego que, como yo lo veo, eso resultaría, a la larga, en un mundo mucho más habitable; pero no es esa mi intención por ahora. La cuestión de fondo es que el gusto por la lectura no se aprende: se desarrolla. Se desarrolla a partir de un interés legítimo, y cuando digo legítimo hablo de un interés surgido del propio lector. Los niños no leerán porque los aguija el futbolista y mucho menos si lo hace Tatiana, sin importar lo conspicuo de su efigie o las letras de sus canciones.

Quizá El Místico consiga que, en terminando las luchas, los niños apaguen la tele y se dirijan a las prolijas bibliotecas de sus casas pero, al encontrarse con la gallinita que quería ser diferente, lo abandonarán de inmediato decepcionados de las cursilerías que lee su héroe. Quizá algunos terminen el libro y no dudo que la gallinita pueda calar hondo el en alma de uno que otro muchacho, pero para la mayoría no dejará de ser una cuestión pasajera. No se despertará el gozo por la lectura, porque esas lecturas no tienen nada que ver con ellos y, por si esto fuera poco, las más de las veces, los escritores de literatura infantil resultan ser unos degenerados que se dirigen a los niños como si de retardados mentales se tratase para tratar de aleccionarlos o insuflarles ¡Valores! Nadie en su sano juicio, a no ser que tenga la mente completamente aletargada por la religión –cosa que los niños no suelen padecer hasta que los infectan los padres– disfruta que lo regañen o le digan como debe comportarse. Sólo observen los gestos de terror, incredulidad, aburrimiento, hastío o tristeza en los niños cuando son regañados, ¡¿En que cabeza cabe que desarrollarán un gusto por la lectura con libelos moralistas?!

La infancia idealizada a lo Walt Disney no es sino un mito. Los niños no son criaturas pasivas y sensatas de bermejas y rubicundas mejillas lamiendo paletas de colores. Hacer que los niños lean estas necedades ¡Y con tiempos rigurosos! sólo les genera un rechazo a la literatura; y prueba de ello es la aversión que la mayoría de los mexicanos tiene por los libros, derivada de la obligatoriedad de la misma. No cabe sorprenderse por la pobreza de las letras y la escasa preparación de las generaciones actuales, sólo piénsese que a los niños griegos se les educaba con Homero: La Ilíada y la Odisea, libros de aventuras, dioses, raptos, hechizos y batallas esplendorosas ¡Y con métrica!, que podían interesarlos y les hacían de la cultura algo atractivo; mientras aquí se pretende que el conejito feliz y sus oligofrénicos amigos resulten interesantes.

Regresando al Santos, lo que yo encontré en las Histerietas, por experiencia y no porque nadie me lo dijera, es que el periódico –y más tarde la lectura en general– ofrecía formas de diversión imposibles de encontrar en otros medios. Formas acordes a mis gustos e intereses en las que bien valía la pena invertir un domingo. Y claro, debe haber niños que se diviertan a mares jugando a sentarse, callarse la boca y escuchar cómo la tortuguita descubrió que tener un caparazón no la hacía menos divertida; pero la mayoría son –y fuimos– pequeños salvajes ávidos fiesta y destrucción: de pegarle al incauto con el palo de la piñata, amarrar explosivos a los juguetes, incendiar cosas, arrancarle la cabeza a la muñeca de la hermana, lastimar animales o, inocentemente, tocar timbres y correr.

La lectura, como hábito, sólo puede desarrollarse si el proto-lector encuentra en ella algún sentido: si es capaz de emocionarle, de atraparlo, de mostrarle un mundo inaccesible de otra manera, de resolver sus dudas sobre algo, de llevarle a profundizar en algún tema que previamente le interesaba, etcétera.

Suponer que con veinte minutos de lecturas insulsas en casa se promoverá una cultura de lectores es una verdadera estupidez. Sólo a una persona educada por una gallinita estulta podría ocurrírsele algo semejante. El fomento a la lectura sólo puede derivarse de una transformación profunda en la relación entre el niño y la lectura, y esto implica una transverberación del sistema educativo.

Para comenzar, puesto que cada niño es diferente: cada uno requiere de lecturas distintas. Eso implica un trabajo individualizado para vincularlo con la lectura. El trabajo individualizado implica, a su vez, una transformación del sistema educativo entero en dos niveles: Primero: en tanto a las formas de enseñanza: Evidentemente no puede enseñarse a todos los niños lo mismo, ni utilizar los mismos textos para todos; el trabajo escolar debe partir de las necesidades, gustos e intereses de cada uno. Segundo: en los sistemas de evaluación: Pues se entiende que si cada niño lee algo distinto no puede realizarse una evaluación generalizada. Por tanto, la misma prueba Enlace es antitética del fomento de la lectura.

Las campañas publicitarias, remodelación de instalaciones, compra de libros y demás futilidades con las que se pretende convertirnos en un “México de lectores”, no sólo son enteramente inútiles, son, además, un embauco de lo más vil; pues yo no estoy diciendo nada nuevo. Las formas eficaces de promover la lectura y propiciar la formación de ciudadanos mejor educados, más libres, más conscientes y participativos se conoce desde principios del siglo pasado. Vygotsky, muerto en 1934, escribió alguna vez:

“Las investigaciones de Hetzer señalan que un ochenta por ciento de niños de tres años son perfectamente capaces de dominar una combinación arbitraria de signos y significados […] La inmensa mayoría de niños saben leer a la edad cuatro años y medio. Montessori, por su parte, defiende también la enseñanza de la lectura y escritura a temprana edad. Durante situaciones de juego, por lo general a través de ejercicios preparatorios, todos los niños que asisten a sus parvularios en Italia empiezan a leer a los cuatro años y son capaces de leer perfectamente a los cinco […] Pero la enseñanza debería estar organizada de modo que la lectura y la escritura fueran necesarias para algo. Si sólo se utilizan para escribir felicitaciones oficiales a la plantilla de la escuela o a quien se le ocurra al profesor, entonces el ejercicio se convertirá en algo puramente mecánico que no tardará en aburrir al pequeño; su actividad no se pondrá de manifiesto en su escritura y su naciente personalidad no se desarrollará. La escritura y la lectura deben ser algo que el niño necesite.”

Si la transformación del sistema educativo no se ha realizado es porque, de manera intencional y perversa, la sanguijuela mexicana no ha querido hacerlo. Se ha querido dejar a la población en la ignorancia y se ha buscado deliberadamente su embrutecimiento para explotarla. Negar la imbecilidad y barbarie del mexicano promedio no ayuda en lo absoluto a solucionar el problema; pues no se cura un padecimiento negándolo. La Maestra y su caterva de quídams hicieron realidad el sueño de Clairwill –compañera de marrullerías de la Juliette de Sade– cuando dice:

“Quisiera […] hallar un crimen cuyo efecto perpetuo actuase, aun cuando yo ya no actuara, de modo que no hubiese un solo instante de mi vida en que, incluso durmiendo, yo no fuese la causa de algún desorden, y que ese desorden pudiese extenderse hasta el punto de que acarreara una corrupción general o un trastorno tan formal que su efecto aun se prolongase más allá de mi vida”

Y atinado el aforismo de Cioran:

“En cuanto salgo a la calle, pienso: ‘¡Qué perfecta parodia del infierno!’”

Termino esta diatriba obsequiándoles con estos dos fragmentos de Harold Bloom que, a mi parecer, detallan con precisión el papel de la lectura:

“Leemos, creo, para reparar nuestra soledad, aunque en la práctica cuanto mejor leemos más solitarios nos volvemos. No considero que la lectura sea un vicio, pero tampoco es una virtud. […] La sola lectura no nos salvará ni nos hará sabios, pero sin ella nos hundiremos en la muerte en vida de esta versión simplificada de la realidad que Estados Unidos, como tantas otras cosas, impone al mundo”.

Enero - 27 - 2011

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