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Sitio web dedicado a la preservación del hábitat del Armandopithecus mexicanus inpudicum. Reserva de la exósfera.

Iconoclastia mexicana I

Lo que mayoría de nosotros conocemos sobre la independencia es que empezó en 1810, cuando el cura Hidalgo tocó las campanas de la iglesia de Dolores congregando a la población a levantarse en armas contra los invasores españoles en busca de un México independiente.

Por nuestra pobre memoria histórica deambulan los nombres de Morelos, Allende, Aldama y Guerrero; los más actualizados recuerdan a la corregidora Josefa Ortiz de Domínguez, como partícipes de una guerra de la que no recordamos nada más allá del Pípila y su heroísmo en la toma de la alhóndiga de Granaditas.

Nuestras nociones terminan con un pacto entre Guerrero e Iturbide que, con abrazos de por medio, dan fin a la guerra con el triunfo magistral del movimiento independentista naciendo un México libre y soberano.

Todo esto, no es sino una retahíla de patrañas y engaños, inventados por nuestros pasados gobernantes a lo largo del siglo XX y sostenidos, desde entonces, por vía de la educación pública. Nuestra conmemoración bicentenaria, por encima de una fiesta de Gloria, Soberanía, Patria y Libertad, es un símbolo de nuestra idiotez generalizada, de nuestra hipocresía, de nuestro sagrado apego a la mentira y la podredumbre de nuestros gobernantes, historiadores y miserables varios, encargados del diseño de los sistemas educativos en México.

Celebramos doscientos años de mentiras y celebramos que en doscientos años nadie se haya preocupado por hacer llegar a la gente la verdad sobre su historia, una verdad que le permita entenderse, que deje en claro nuestra histórica necedad y en conciencia de la cual podamos comenzar a corregir el rumbo.

Resulta por demás evidente que uno no comienza un tratamiento curativo si no se sabe enfermo. No podemos dejar de cometer, incesantemente, los mismos errores si no sabemos que los hemos cometido. En palabras simples, el cambio –lo que sea que eso signifique– se encuentra bloqueado por el desconocimiento de nuestra situación.

El movimiento independiente ni comenzó buscando independencia alguna, ni triunfó, ni ninguno de nuestros superhéroes ganó mayor cosa. A excepción de Guerrero, que a luchas leía y que gustaba de los escarceos amorosos con la soldadesca, ninguno de los memorados cada 15 de septiembre en palacio nacional, antes del ¡Viva México!, sobrevivió más de un año en la guerra. Que quede claro: el movimiento insurgente perdió la guerra de independencia que, además, no era ninguna guerra de independencia.

Pero no se puede reprochar a la gente por su ignorancia; por todos lados nos asalta una versión falseada de la historia; simplificada, además, a tal grado que hoy sólo recordamos algunos héroes y sus "hazañas". Sin más, el "nuevo" libro de historia que el Gobierno Federal está propagando por todo el país y del que probablemente ya tengan una copia humedecida por la lluvia, supuesta autoría de Luis González y González, da inicio a su segmento "La revolución de independencia" con las patrañas de siempre:

"En Valladolid, San Miguel el Grande, Dolores y Querétaro, grupos criollos planeaban levantarse en armas para lograr la independencia de México. El movimiento era apoyado por personajes importantes, como los capitanes Ignacio Allende y Juan Aldama, el cura Miguel Hidalgo, el corregidor Miguel Domínguez y su esposa Josefa Ortiz. Al descubrirse el plan, Allende e Hidalgo adelantaron la fecha prevista para el levantamiento. En la madrugada del 16 de septiembre de 1810 Hidalgo llamó a las armas en el pueblo de Dolores"

Por su parte, el nuevo libro oficial para la enseñanza de la Historia en cuarto grado para el ciclo 2010-2011, comienza su segmento "El camino a la independencia" de la siguiente manera:

"La guerra de independencia abarcó de 1810 a 1821 [...] Sus causas se originaron tanto en Nueva España como en Europa, algunas de ellas fueron la desigualdad entre grupos sociales del virreinato, las reformas borbónicas, las ideas de la Ilustración (una nueva corriente de pensamiento) en Europa y las guerras de España contra Inglaterra y Francia."

Se sigue con un denuesto a las reformas borbónicas que, según el autor, agravaron una crisis económica en la Nueva España (falsedad absoluta que eruditamente desmienten Enrique Florescano y Margarita Menegus, como veremos más adelante), y aúna:

"Al descontento por esta situación se sumó la invasión napoleónica a España y la destitución de su rey en 1808."

Hay que reconocerle a esta nueva edición una versión, por mucho, más apegada a lo que sabemos de aquel periodo, en sus páginas se afirma, por ejemplo:

"Ya que en ese momento no se buscaba propiamente la independencia, sino sólo dejar de depender de España mientras ésta fuera ocupada por el ejército francés."

Cosa que implica un avance considerable. Y se cita, también, como "un dato interesante", a Juan Aldama, testigo presencial, quien afirma que:

"No existió el famoso grito y que cuando el cura de Dolores convocó a misa no era de madrugada, sino alrededor de las ocho de la mañana."

Además de los ofrecimientos económicos que hizo Hidalgo a la gleba. A esto hay que sumar sus bellas ilustraciones que lo convierten en un texto de mucho mejor calidad que los anteriores; empero, sus cuantiosas imprecisiones y su obstinación por hacer pasar la guerra de Independencia por una guerra de independencia, lo siguen alejando de una versión deseable.

Para comprender la Independencia hay que comenzar por evidenciar lo obvio: una guerra no comienza de repente, sin ninguna razón, un 16 de septiembre de ningún año. Es absurdo suponer un Hidalgo que en francachela con sus amigos deciden que aquello de ser una colonia española no está del todo bien y que estaría "chido" ser una nación independiente.

Pero supongamos que, al calor de los tragos, Allende le dice a Hidalgo "y cómo ves el nuevo impuesto a las minas", y que Hidalgo le responde "ese Iturrigaray es un imbécil, si tuviera huevos se le opondría a Carlos IV"; aparece entonces doña Josefa y mientras les rellena las jarras increpa: "Ya están otra vez criticando al virrey, si son tan listos porqué no mejor gobiernan ustedes"; "cállate Josefa –le dice su marido– deja hablar a los hombres" y entonces Aldama responde "¡Tiene razón, deberíamos gobernarnos a nosotros mismos!". Hidalgo se envalentona, pregunta la hora, son las 5 de lamañana y sale corriendo a tocar las campañas de la iglesia para congregar a la gente a levantarse en armas; ¿Qué ocurriría?

Se trata a todas luces de un absurdo, la gente suele necear mientras bebe pero de ahí a salir a armar una revuelta hay una brecha considerable. Y aún si así fuera ¿Quién en su juicio los seguiría? Parece una tontería pero dado nuestro desconocimiento sobre los antecedentes del movimiento no hay nada que impida imaginarlo de esta forma. Las cosas, claro, no ocurrieron así. La guerra tuvo causas y la generalidad de los mexicanos las desconocemos en su totalidad.

Ante todo habrá que contextualizar la situación. En La primera década del siglo XIX México no es México sino la Nueva España, una colonia Española que funge, básicamente, como una inmensa fuente de recursos y riquezas. Cuenta con un administrador general: el Virrey que, a su vez, está sometido a un consejo: el Consejo Real de Indias que "legisla" y regula la administración de este último, como especifica una ordenanza de Felipe II:

"Que sea del Confejo Real de las Indias en todas ellas, y en lo que dellas fuere dependiente, la jurifdicion fuprema y pueda hazer las Leyes, que les parecieren conveniétes, para que el Rey las aprueve; y ver, y examinarlas Ordenanças, y Eftatutos, hechos por los Miniftros de las Indias: en las quales fea obedecido; y en eftos reynos, como los demas Confejos del Rey"

Por debajo del virrey se encuentra la Real Audiencia, una suerte de poder legislativo y judicial compuesta, según un decreto del emperador Carlos en 1527, por:

"vn Uirrey Governador, y Capitan General, que fea Prefidente; ocho Oydores; quatro Alcaldes del Crimen; y dos Fifcales"

Encargada de la impartición de justicia y de gobernar si el virrey se encontrase ausente.

Por debajo de la Real Audiencia se encontraban los Ayuntamientos con funciones similares pero en ámbitos más locales.

La organización política colonial es bastante caótica, los españoles pretendieron sobreponer un sistema similar al vigente en Castilla, pero dadas las diferencias culturales y económicas y, particularmente, la imperiosa necesidad de mantener a la Nueva España como una fuente de recursos sin soberanía real, fue menester la creación de instituciones y autoridades improvisadas. A lo que hay que aunar la inexistencia de un derecho como lo entendemos ahora, por lo que las decisiones jurídicas no se toman con base en un reglamento único sino al arbitrio de los gobernantes y autoridades, por lo que las leyes y decisiones jurídicas suelen fluctuar, no sólo según la región sino en función de los ánimos del regidor y la presencia o ausencia de alguno. Empero, nos basta con conocer las mentadas instituciones para adentrarnos en el tema.

Se trata, además, de una sociedad de castas sociales. Organizadas en un sistema jerárquico piramidal, encabezado por los españoles nacidos en España (Peninsulares). Pertenecer a esta clase social abría las puertas para la participación en los más altos niveles de gobierno, la Real Audiencia o el alto clero, compuestas, exclusivamente, por españoles nacidos en España.

Por debajo de éstos se encuentran los "Criollos": hijos de españoles nacidos en América; que podían acceder a la educación, el comercio y actividades varias, pero que tenían vedado el acceso a puestos altos en la jerarquía. Los Ayuntamientos se conforman principalmente por esta casta y, según la mayoría de los historiadores, son ellos los principales descontentos de la sociedad pues lo único que los diferencia de los anteriores es su oriundez y, al tratarse de un segmento de la población instruido, poseen mayores armas (en cuestión de razonamientos) para exigir igualdad de posibilidades económicas y sociales.

Un escalafón más abajo se encuentran los "Mestizos": mezcla de españoles e indígenas. Con opciones educativas sumamente limitadas, imposibilidad de acceso a puestos en la administración pública, ni al comercio, que desempeñarán papeles secundarios en razón, generalmente, del tono de supiel.

Por debajo de ellos están los "Indios": los naturales de América cuya única ventaja por sobre los otros es que no pueden ser esclavizados, es decir, tienen derecho a un salario y, en ocasiones, si se trata de algún descendiente de la antigua nobleza, a un trato casi humano.

Por debajo de ellos están un sin fin de "Castas", igualmente jerarquizadas, mezclas y mezclas de mezclas de las distintas castas, como el saltapatrás, coyotes, lobos, cambujos, albarrazados, zambos, tenteenelaire, noteentiendo, oreos, y demás.

Y por último estaban los "Negros": importados del África como esclavos que se tienen, más o menos, por animales.

Según el historiador Ernesto de la Torre, hacia 1790, la población se componía en un 9% de españoles (medio millón), 18% de criollos (un millón), 60% de Indios (tres millones y medio), 22% de castas (Poco más de un millón) y unos diez mil esclavos negros (0.16%).

¿Cómo se vivía?

En el más absoluto y criminal desparpajo. La Nueva España era una tierra de saqueo. Los españoles que llegaban venían con la intención de hacer fortuna y vivir como reyes. La sociedad jerarquizada por castas se prestó a toda suerte de abusos, las disposiciones que prohibían esclavizar a los indios se obedecían, más o menos, en la misma medida que se obedece hoy la ley seca.

Los cronistas de indias, en su mayoría sacerdotes misioneros, se cansan de denunciar los harenes e inmensas fortunas de los españoles; "vienen a vivir como marajás" –acusaba Motolinía–, y la corrupción y el latrocinio son cosa de lo más común.

Para hacernos una idea de lo mucho que hemos progresado en estos siglos, al término de su largo viaje por la Nueva España, Alexander Von Humboldt escribía:

"México es el país de la desigualdad. Acaso en ninguna parte la hay más espantosa en la distribución de fortunas, civilización, cultivo de la tierra y población [...] La capital y otras muchas ciudades tienen establecimientos científicos que se pueden comparar con los de Europa. La arquitectura de los edificios públicos y privados, la finura del ajuar de las mujeres, el aire de la sociedad; todo anuncia un extremo de esmero, que se contrapone extraordinariamente a la desnudez, ignorancia y rusticidad del populacho."

México era, como en nuestros días, una tierra de saqueo y corrupción. Pero no hay que acomplejarse mucho por el asunto. En aquel entonces no existían ni los derechos humanos ni la igualdad de todos los hombres, ni mucho menos. Hoy los hay que quieren mucho a los insectos y los habemos que nos deshacemos de ellos con singular alegría. Si en quinientos años resulta que las cucarachas eran criaturas inteligentísimas, respetuosas de su medio, gracias a las cuales no colapsó nuestro alcantarillado, con un vastísimo desarrollo cultural subterráneo: nosotros seremos los desalmados criminales opresores. Sencillamente, a muy pocos se les ocurrió, en aquel entonces, que no era lícito vivir como vivían.

La debacle de nuestro alegre chiquero comenzó cuando los Borbones se hicieron de la corona en España sustituyendo a los Habsburgo. Los Borbones comenzaron una serie de reformas, conocidas, hoy, como las reformas borbónicas. Se trataba de una serie de disposiciones, particularmente para las colonias en América, que regulaban la administración pública.

Según parece, alguno de esos que nunca faltan, fue  con el chisme a España a decirle a Carlos III que aquí todo el mundo robaba y que los gobernantes se hinchaban de dineros a costa del erario que, en aquel entonces, era el dinero del rey; y, como el rey no es el pueblo y sí puede hacer algo al respecto, decidió averiguar lo que ocurría y envió a un tal José de Gálvez que encontró las rentas reales "en un desarreglo indecible".

Y, nuevamente, como el rey no es el populacho y sí puede hacer algo al respecto, comenzó una desbandada de despidos y ajusticiados. Una inmensa cantidad de gente fue despedida o ahorcada y se puso en su lugar a gente de confianza de Gálvez y del rey. Se restringió, entre otras cosas, el acceso de los criollos a puestos administrativos que quedaron en manos de gente que por no haber nacido en este país: no era un corrupto o un ladrón.

En absoluta oposición a lo que sugiere el libro de historia de cuatro de primaria, las reformas borbónicas, como explican Florescano y Menegus en su texto La época de las reformas borbónicas, significaron un crecimiento económico inédito:

"Durante esos años [1760-1821] se ensaya la reforma política y administrativa más radical que emprendió España en sus colonias, y ocurre el auge económico más importante que registra la Nueva España. Como consecuencia de ambos fenómenos la sociedad colonial padece desajustes y desgarramientos internos, se abre a las ideas que recorren las metrópolis, y busca nuevas formas de expresión a los intereses sociales, económicos, políticos y culturales que han crecido en su seno. [...] Entre 1765 y 1786 se de definió y aplicó el cuerpo principal de estas reformas. Una década más tarde producían efectos sorprendentes: La nueva España se había convertido en la colonia más opulenta del imperio Español y era la que mayores ingresos aportaba a la metrópoli"

Desde luego, los borbones no eran unos magnificentes y humanitarios sujetos, la intención de la reforma era incrementar las rentas de la corona española y poner en orden la administración de su minita de oro. Todo lo ganado fue a parar a las manos de la Corona que además adquirió un mayor control sobre su colonia. Si la mayor concentración de poder en la corona fue resultado o causa de estas reformas yo no podría asegurarlo, lo cierto es que deshaciéndose de las lacras que minaban el erario la Corona triplicó sus recursos y la mayoría de la población accedió a un mejor nivel de vida.

Cabe mencionar, que las impresionantes mejoras económicas fueron resultado de una política exactamente inversa a nuestra política actual, no la privatización sino la concentración del poder fue lo que propició el desarrollo económico; así lo explican los previamente mentados:

"Estos propósitos respondían a una nueva concepción del Estado, que consideraba como principal tarea retomar los atributos del poder que antes se habían delgado en grupos y corporaciones, y asumir la dirección política, administrativa y económica del reino. Los principios de esta nueva política se identificaron las ideas del llamado 'despotismo ilustrado': regalismo o predominio de los intereses del monarca y del estado sobre los individuos y corporaciones; impulso de la agricultura, industria y comercio; desarrollo del conocimiento técnico y científico, y difusión de las artes."

Además, las reformas eliminaron un buen número de administrativos, de aquellos que ocupaban plazas laborales inventadas y tras los cuales se disfrazaba la esclavitud de los indios. Desapareciendo lo que hoy conocemos como caciques, los indios fueron dueños de sus tierras y, sin sanguijuela de por medio, el campo prosperó como nunca.

El comercio se regulaba por órganos de burgueses y administrativos que lo monopolizaban obligando a los productores a venderles y que posteriormente revendían con ganancias de por medio. La Real ordenanza de intendentes de 1786 decretó la extinción de estos órganos estableciendo, en su artículo 61, el derecho de los indios a traficar con cualquier comerciante.

La institución más afectada, como es de suponerse, fue la que vivía y se enriquecía a costa de la estupidez de la gente; el principal rival en el control de la población; la acaparadora de tres cuartas partes de los recursos que eran robados a la Corona: la Iglesia Católica.

La iglesia se enriquecía con la propiedad de más de la mitad del territorio, que rentaba a campesinos para que lo trabajasen; además fungía como el único banco existente y cobraba cuantiosos intereses sobre sus créditos; y, por si esto no fuese suficiente, todo lo relacionado con la sociedad civil: el nacimiento, la muerte, las bodas, la justicia, la educación y hasta las cárceles, se encontraban en sus manos y cobraba por ello.

El control de la Corona sobre la sociedad novohispana sólo podía ocurrir a costa de la Iglesia. De ahí que entre las muchas reformas se prohibiera la fundación de nuevos conventos y el ingreso de nuevos novicios a las órdenes religiosas, y de ahí el pretendido descontento de la población en el libro de historia de primaria.

Hubo que arrebatarles el control absoluto sobre la educación, las ciencias y las artes para la modernización y desarrollo de tecnologías que permitiesen el incremento en los ingresos de la Corona.

En suma, las reformas borbónicas fueron un duro golpe, no para la sociedad novohispana, sino para el sector más opulento de la misma: políticos, burgueses y alto clero que, por cierto, acaparaban la totalidad de los puestos de la Real Audiencia.

En estas estaban, cuando un inesperado sujeto acaeció en Europa: Napoleón Bonaparte. Como todo el mundo sabe, Napoleón convirtió a la república Francesa en un Imperio –entiéndase peyorativamente en relación con la democracia–, expandiendo sus dominios sobre Europa. Ahora, hay una cuestión inherente a las expansiones que solemos olvidar, y es que cuando un país se expande no lo hace sobre el vacio sino agenciándose el territorio del país vecino. Se entiende que las loas a los grandes conquistadores se acompañan irremediablemente del  sometimiento de otros pueblos. Esto fue lo que ocurrió con España: en 1808 fue invadida por Francia.

En uno de los períodos más candentes de la historia europea –sobre el que no viene al cuento extenderse– El imperio Español fue derrocado; el rey, Carlos IV, delegó la corona en su hijo: Fernando VII, un personaje por demás interesante (odiado en España y reconocido por su cobardía, pretendió ser el perrito faldero de Napoleón que siempre lo despreció), que fue a entregarle la Corona, sin que así se lo exigiesen, a Napoleón, quien colocó en el poder a su hermano José Bonaparte.

De buenas a primeras, y sin haber hecho nada por conseguirlo, la nueva España se quedo sin rey y sin autoridad alguna que la rigiese. La Nueva España era una colonia española y ante la posibilidad de que España desapareciese absorbida por Francia, ya no había razón alguna para seguir siendo colonia. He ahí el motivo principal del inicio de las ideas autonomistas.

El virrey, José de Iturrigaray, convocó a una junta urgente a las autoridades de la Nueva España para decidir qué hacer; grandes personalidades se dieron cita y comenzaron interesantísimos debates. Las opiniones se dividieron en dos bandos: por un lado se encontraban los integrantes de la Real Audiencia: españoles peninsulares opulentos: políticos, burgueses y el alto clero. En su opinión, todo debería permanecer tal y como estaba, la Nueva España debería aguardar el regreso de la Corona y ser gobernada mientras tanto por ellos mismos.

La segunda postura, representada por los integrantes del Ayuntamiento de la ciudad de México, compuesto por criollos ilustrados que encontraron en los eventos ocurridos una oportunidad para hacer valer los derechos que durante tanto tiempo habían exigido, y dirigido por dos brillantes hombres: Francisco Primo de Verdad y Juan Francisco de Azcárate, secundados por Jacobo de Villaurrutia y Melchor de Talamantes, a quienes, probablemente, el lector nunca ha oído mencionar y verdaderos iniciadores del movimiento independentista. Ellos proponen la creación de una junta de gobierno que, con independencia de quien detente el poder en España, aguarde el retorno de Fernando VII, legítimo heredero de la Corona.

Estos hombres introducirán una idea ingeniosísima en el debate: sugieren que la soberanía reside en el rey pero únicamente en razón de que le ha sido otorgada por el pueblo. Las abdicaciones de Carlos IV y Fernando VII son nulas pues ellos no pueden disponer de su propio poder. En tanto que este poder les ha sido concedido por el pueblo: sólo el pueblo tiene autoridad para quitárselo.

Será la primera vez en la historia nacional que la soberanía del pueblo se discuta en un congreso. Ese es, más o menos, el sustento de las democracias actuales y de la existencia de los Presidentes electos. A decir de Luis Villoro –principal fuente en la elaboración de este trabajo y cuyo magnífico texto La Revolución de Independencia les recomiendo ampliamente–, estas ideas no devienen, como suele argüirse, de los filósofos ilustrados franceses –enemigos del momento– sino que se encuentran en un par de españoles no menos ilustres: Francisco de Vitoria y Francisco Suarez, influencias del jusnaturalismo, de Grocio, Pufendorf, Heinecio y citadas literalmente en el Institutionum Theologicarum de Francisco Javier Alegre.

Como haya sido, estas tesis enfurecen a los integrantes de la Real Audiencia; el Inquisidor Bernardo de Prado y Obejero, declara anatema y heréticas las tesis de la soberanía del pueblo.

El Oidor Jacobo de Villaurrutia sugiere al virrey la creación de una junta representativa de todas las clases, dicha junta se compondría por 18 representantes de las clases altas: ministros de justicia, delegados del clero, la nobleza, la milicia, hacendados y propietarios de minas; dos representantes del Estado y dos miembros del Ayuntamiento. Mientras Primo de Verdad sugiere, con base en la idea de la soberanía popular, un verdadero congreso plural con representantes de todo el pueblo.

El Ayuntamiento comienza a ganar adeptos, muchos de los opulentos que se habían visto afectados por las reformas de la Corona española ven con agrado la formación de un gobierno alterno, con miras a recuperar sus antiguos privilegios.

Interviene entonces el oidor Aguirre que inquiere a don Primo de Verdad en tanto a cuál es  el pueblo del que está hablando. Efectivamente, aún en nuestros días, cuando se habla de "el pueblo", no queda muy claro de qué pueblo se trata. Primo de Verdad responde que de "las autoridades constituidas"; Aguirre expone, entonces, un argumento que merece exponerse in extenso:

"replicándole que esas autoridades no eran pueblo, llamó la atención del virrey y de la junta hacia el pueblo originario en que, supuestos los principios del síndico, debía decaer la soberanía; sin aclarar más su concepto, a causa... de que estaban presentes los gobernadores de las parcialidades de indios, y entre ellos un descendiente del emperador Moctezuma"

¡Sencillamente maravilloso! Resulta que si la soberanía es del pueblo, en quien recae la soberanía no es en los españoles, ni criollos ni peninsulares, sino en los pobladores originales de América, ¡Los Indios! Y se desata un alboroto en la junta; las tesis cuasidemocráticas obligaban a conceder derechos a los indios y, sin darse cuenta, se estaba cuestionando el sistema de castas entero. En atención a los intereses de ambos bandos las propuestas pluralistas se descartan y la junta se disuelve.

El 15 de septiembre de 1808, la Real Audiencia, encabezada por un rico hacendado español: Gabriel de Yermo, organiza un Golpe de Estado; el virrey Iturrigaray es apresado y se impone un nuevo virrey: Pedro Garibay que, de inmediato, manda a aprehender a Primo de Verdad, Talamentes, Azcárate y demás representantes del Ayuntamiento de la ciudad de México; Villaurrutia es desterrado; los criollos ilustrados son perseguidos, encarcelados o asesinados.

Unos meses más tarde, Garibay es sustituido por Francisco de Lizana, la Real Audiencia gobierna con "mano dura" y los criollos se radicalizan; comienzan entonces las conjuras y conspiraciones de los criollos contra el Gobierno, a los que llaman "Realistas" por su pertenencia a la Real Audiencia.

Un sinfín de conspiraciones se urden por criollos pertenecientes a la milicia y el bajo clero; todos ellos con un mismo objetivo: la creación de un congreso plural que detente de soberanía hasta el regreso del legítimo gobernante de España y la Nueva España: Fernando VII.

Una de éstas, la conspiración de Querétaro, es descubierta el15 de septiembre de 1810, antes de ser apresados, el cura y antiguo rector del Colegio de San Nicolás Valladolid, Miguel Hidalgo y Costilla, adelanta sus planes y convoca a la gente a las armas al grito de ¡Viva Fernando VII! Y ¡Abajo el mal gobierno!




Textos citados:

Enrique Florescano y Margarita Menegus (2000). La época de las reformas borbónicas. En Historia general de México. Colegio de México.
Ernesto de la Torre Villar (2009). El Virreinato de Nueva España en el siglo XVIII. En Historia de México. Academia Mexicana de la Historia y FCE.
Fray Toribio de Benavente [Motolinia] (1541/1999). Historia de los indios de la Nueva España. Dastin.
Luis González y González (2010). Viaje por la historia de México. SEP.
Luis Villoro (2000). La revolución de independencia. En Historia general de México. Colegio de México.
Rodrigo de Aguilar y Acuña, Juan Francisco Montemayor y Córdobade Cuenca (1994). Sumarios de la Recopilación General de Leyes de las Indias Occidentales. FCE
SEP (2010). Historia cuarto grado. SEP

Agosto - 12 - 2010

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