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Sitio web dedicado a la preservación del hábitat del Armandopithecus mexicanus inpudicum. Reserva de la exósfera.

De elecciones, razones e inquisiciones

En los últimos días, el escenario político ha tomado un cariz cada vez más interesante. La apabullante ventaja del candidato priista por sobre sus competidores se acorta, producto, en mi opinión, de las multitudinarias e inesperadas manifestaciones públicas de estudiantes provenientes de los más variopintos sectores sociales, que han insuflado nuevos bríos a una sociedad aletargada por la televisión y desilusionada por los ínfimos logros de la transición gubernamental de hace dos sexenios; además de la ubérrima actividad de los usuarios de las redes sociales virtuales.

Entre toda esta boruca, los menos activos: los rezagados, los anacrónicos, han sido los partidos y sus candidatos. La pujanza de la Izquierda –entendiendo por tal un ánimo reformista– supera con creces la actuación de López Obrador o el mismo PRD (único partido que ha actuado a la altura de las circunstancias manteniéndose al margen de la situación); mientras PAN y PRI, incesantes, topan con pared a cada nuevo intento de acercarse y/o controlar estas formas emergentes de hacer política.

El repunte de López Obrador en las encuestas, evidenciado por el resurgimiento de la campaña sucia en su contra, se debe entonces, por un lado, a la actuación de distintos sectores no partidistas de la sociedad y al uso y abuso de las “nuevas” tecnologías de la información; y, por el otro, a la pésima reacción del PAN y el PRI ante una sociedad que comienza a transformarse, en razón de estas mismas tecnologías.

Un actor que, sin embargo, no se ha bajado en ningún momento del escenario han sido las encuestas. Si bien, los discursos al respecto son disímiles, por no decir antitéticos, las encuestas no han dejado de mencionarse a lo largo de las campañas. Ahora bien, ocurre con las encuestas lo que Heráclito (535 a.e.c. - 484 a.e.c.) decía de las verdades:

“Aunque tropiecen con ellas, no entienden los más semejantes cosas ni las comprenden aunque las aprendan; pero se figuran entenderlas”

Poca gente sabe leer y entender las encuestas. Y no me refiero, por supuesto, a comparar qué barra es más alta o qué número es más grande. Hablo de las formas de medición y de su fiabilidad.
Puesto que no dejará de hablarse sobre ellas y en tanto que tengo una vaga idea con respecto a las mismas, he decidido dedicar un par de líneas al asunto para contribuir a la actividad política en las redes sociales, con la intención de clarificar un poco cómo se manejan estos asuntos y cómo afectan el proceso electoral.

Comencemos por lo esencial: una encuesta es una técnica empleada para conocer la opinión de una población sobre algún asunto.

Para el caso que nos interesa, la encuesta es una técnica que pretende anticipar los resultados de la elección, preguntándole a la gente por quién va a votar. Parece una aclaración tonta o fuera de lugar, pero hay que estar claros en que la encuesta no es un resultado ni una gráfica ni un histograma ni numeritos elegidos azarosamente: se trata de una técnica de recolección de datos y, si no se entiende como tal, no es posible comprenderla ni criticarla.

También hay que dejar en claro que las encuestas no son cosa de magia o de fe: no se cree en las encuestas como se cree en una deidad puesto que, al tratarse de una técnica de recolección de datos, la encuesta debe ceñirse a requerimientos apodícticos respectivos a la investigación y procedimientos estadísticos rigurosos. Las encuestas están condicionadas por la Estadística que es una rama de la Matemática; de lo que se desprende que toda crítica debe, obligadamente, orientarse en tal sentido.

Pero vayamos paso por paso... Estamos en que las encuestas que nos interesan pretenden anticipar los resultados de la elección o, por lo menos, dar una idea de la intención de voto de una población en un momento dado, ¿cómo podemos saber esto? La mejor manera, por supuesto, sería preguntarle a la gente por quién va a votar; ¿a qué gente? Evidentemente, a la gente que tiene posibilidad de hacerlo, es decir, a las personas que se encuentran en la “Lista nominal” del Instituto Federal Electoral (IFE), que en México son 79, 454, 802.

A la totalidad de los sujetos que cumplen con los criterios de nuestra indagación –en este caso el criterio es su pertenencia a la lista nominal– le llamamos “universo” o “población”. Nuestro universo se compone, por tanto, de 79, 454, 802 sujetos.

Desde luego, es casi imposible encuestar a la totalidad de nuestro universo; sólo podemos preguntarle a unos cuantos; así que hay que elegir a algunos de ellos para preguntarles. Al grupo elegido se le conoce como “muestra”, pero ¿es posible inferir cómo votará nuestro universo eligiendo sólo algunos sujetos? ¡Claro que es posible! Está estipulado en el teorema Bayes (1763) –que no se los expongo para no asustarlos– y es cuestión de probabilidades. Supongamos que sabemos que el 50% de una población tiene problemas de sobrepeso, si tomamos al azar a 10 personas de esa población, lo más probable es que 5 de esas personas tengan sobrepeso. Ahora bien, podemos invertir el proceso: si tomamos al azar a 10 personas de una población y 5 tienen sobrepeso, podemos inferir que el 50% de la población también lo tiene.

Pero la cuestión, claro, no es tan sencilla, pues para poder realizar estas inferencias nuestra muestra debe ser “representativa” que, como la palabra lo indica, simplemente significa que las personas que elegimos realmente representen a esa población. Si nuestra muestra no es representativa: nuestras inferencias serían erróneas. Sí, por ejemplo, quisiésemos saber cuánto ganan los mexicanos y vamos a encuestar en la zona más costosa del Distrito Federal, nuestros resultados expresarían que los mexicanos ganamos muy bien, y si encuestamos en una comunidad indígena de la montaña de Guerrero, nuestros resultados dirían que los mexicanos nos estamos muriendo de hambre. No importaría que sea la misma encuesta o que esté bien estructurada, el problema sería que las muestras no son representativas; pero no nos adelantemos.

Para que nuestras muestras sean representativas hay que cuidar dos aspectos: cuántos y a quiénes encuestamos. El primer problema es relativamente sencillo: mientras más grande sea una muestra más representativa; mientras más sujetos elijamos: mayor es la probabilidad de que nuestros datos reflejen las características de la totalidad de la población.
¿Qué tan grande debe ser nuestra muestra? Hoy en día –y desde 1713– el asunto está resuelto gracias a Jakob Bernoulli quien descubrió el “teorema de oro” o la “Ley de los números grandes” que, simplemente, estipula que “al incrementarse el tamaño de la muestra  ‘n’, existe una disminución en la probabilidad de que el valor observado de un evento ‘A’, se desvíe del verdadero valor de ‘A’, por no más de una cantidad fija ‘k’”; que, en términos más asequibles, significa que al incrementar el tamaño de una muestra se vuelve más representativa pero sólo hasta cierto límite.

Dicho límite es una constante que se define en función del tamaño de la población, el nivel de error que estemos dispuestos a tolerar, la probabilidad de que ocurra y no ocurra un caso, entre otras cosas que, seguramente, no les interesan; así que para no hacerles el cuento más tedioso les diré que para los casi 80 millones de posibles electores que hay en México y permitiéndose un error de 1%, se necesita encuestar alrededor de 10,000 personas.

Ahora bien, el verdadero problema al que nos enfrentamos si queremos hacer inferencias sobre el comportamiento de una población –llamadas inferencias paramétricas– con nuestra encuesta es la selección de los sujetos que formarán parte de la muestra. Cuando se trata de una población homogénea el asunto es más o menos sencillo: se encuesta a quien sea porque no hay mucha diferencia entre unos y otros. Pero ese no es nuestro caso pues la población mexicana no es homogénea y hay numerosas variables que afectan la decisión de voto: el Estado de la república en el que habita el encuestado, si vive en una zona rural o urbana, el nivel socioeconómico, entre muchas otras.

El problema se soluciona con “aleatoriedad” que, en palabras sencillas, significa que todos los sujetos que componen nuestro universo deben tener la misma oportunidad de ser elegidos, ¿cómo se hace esto? El procedimiento más adecuado es pedirle al IFE un listado de todos los sujetos de la lista nominal, meter los datos en un programa y dejar que dicho programa seleccione al azar a los sujetos; luego ir a buscar a cada uno y preguntarle por quién va a votar.

Pero esto incrementa descomunalmente los costos; habría que desplazar a los encuestadores hasta las regiones más recónditas del país para hacer una o dos encuestas. Así que lo que hacen las encuestadoras es segmentar: dividen al total del electorado en racimos –regularmente municipios– cuentan la cantidad de personas que alberga cada municipio y toman una muestra en función de este número. Esto es posible en razón de que los municipios tienden a ser más homogéneos que el total de la población. Por ejemplo, la intención de voto es mucho más homogénea entre los habitantes de Coyoacán que entre los habitantes del Distrito Federal; y la del D.F. es más homogénea que la de todo el país. Mientras más pequeño es el segmento: más homogéneo; por lo que se puede emplear esta homogeneidad para obtener representatividad si se incrementa el tamaño de la muestra.

Bien, ¿qué podemos concluir de todo esto? Que para poder analizar o criticar una encuesta debemos observar la rigurosidad con la que se recogieron los datos y no sólo las grafiquitas. Una encuesta puede tomarse en serio únicamente cuando es representativa y para serlo debe cumplir con varios requisitos. Para el caso que nos interesa, toda encuesta debe haber recabado, por lo menos, la opinión de 10,000 sujetos; debe haberse tomado de manera aleatoria; debe reportar niveles de representatividad y el nivel máximo de error permitido; debe haberse realizado en los hogares de los encuestados y debe, además, presentar cuál fue, exactamente, la manera cómo se formuló la pregunta, pues no es lo mismo preguntar “Si las elecciones fueran hoy ¿por quién votaría?” Que preguntar “¿Votaría usted por el candidato que disminuyó 12% la delincuencia?”

Ahora, ¿cómo se manipula una encuesta? ¡Con muestras no representativas! Es bastante sencillo. Sabemos, por ejemplo, que las distintas regiones del país han votado, regularmente, por un Partido determinado. El D.F. es un bastión del PRD y Guanajuato mayoritariamente Panista; así que si quiero hacer una encuesta en la que el PRD vaya arriba en las preferencias electorales, sólo tengo que incrementar la proporción de habitantes del D.F. en mi muestra; si quiero que el PAN se encuentre en empate técnico con AMLO, incremento la cantidad de guanajuatenses; y si quiero que el PRI vaya 15 puntos arriba incremento la proporción de analfabetas.
También puedo emplear un mal método de recolección de datos; por ejemplo, haciendo la encuesta por vía telefónica. En México, existen poco más de 10 millones de líneas telefónicas fijas y cerca de 110 millones de habitantes. Eso significa que menos del 10% de la población tiene teléfono fijo y se trata, por supuesto, de un 10% que habita en zonas urbanas con un poder adquisitivo suficiente para poder pagar dicha línea. Si realizo mi encuesta por esta vía tendré las respuestas de un segmento de la población que no es representativo del total de la población, será el 10% de la población con mayor poder adquisitivo (mayoritariamente panistas). Y el caso de la internet es aún peor, pues es menos representativo: el perfil del usuario de redes sociales interesado en cuestiones políticas es, mayoritariamente, joven con tendencias izquierdistas. De ahí que Obrador arrase con todas las encuestas en internet; y lo mismo ocurre en las universidades: son jóvenes con ánimos reformistas, por lo que en este sector también gana el PRD. Pero estas encuestas no nos dicen nada sobre nuestro universo, pues sólo el 2% de la población tiene estudios universitarios, por lo que estas encuestas tampoco son representativas.

Luego, ¿para qué sirven las encuestas? Los Partidos las pagan para dos fines, por lo que se puede hablar de dos tipos de encuestas: las de decisión y las de persuasión.

Las encuestas de decisión son metodológicamente rigurosas y bien estructuradas; esas nunca llegan al populacho. Las usan los partidos para la toma de decisiones y para regularse internamente. Son los datos reales sobre las preferencias electorales y se emplean para saber la posición real de un partido en distintos sectores de la sociedad, modificar estrategias y planear métodos para mejorar sus posibilidades con dicho sector.
Si la encuesta real te dice que estás mal posicionado con los ancianos, comienzas a hacer propuestas para los adultos mayores, visitas asilos, creas un comercial en el que se muestre que quieres mucho a tu abuelita y la visitas cada fin de semana, etcétera; luego haces una nueva encuesta para saber qué tan efectiva está siendo tu campaña en ese sector de la población para decidir si continúas con la misma estrategia o si la cambias.

Las encuestas de persuasión sirven para influir en la intención de voto. Se basan en un principio más que comprobado pero que muchos se niegan a aceptar: en materia de elecciones, como en casi todo lo demás, la Razón es lo menos importante. La inmensa mayoría de las personas no razonan su voto; inclusive quienes se han tomado la molestia de indagar sobre sus opciones, razonan a posteriori, y lo que hacen es buscar argumentos que refuercen una decisión tomada de antemano por motivos afectivos, y explicaciones que desmientan los raciocinios adversos.

Si la gente no vota racionalmente ¿con base en qué lo hace? Cuando el voto no está coaccionado, por, cuanto menos, cuatro razones: 1) tradición-afición; 2) conformidad-adaptación; 3) simpatía-animadversión; 4) intereses personales. Usualmente, por encima de estas cuatro causas se razona.

Tradición-afición: como ocurre con el fútbol, la gente se aficiona a un Partido y vota por él aunque nunca gane. La gente vota por el PRI porque siempre ha votado por ese Partido o en su casa son priistas desde hace mucho tiempo. La tradición y la afición son causales importantes en culturas conservadoras, colectivistas y de cariz altamente religioso como la nuestra; afectan más a la gente en comunidades rurales, de escasos recursos y precarios niveles educativos.
Las encuestas afectan poco a esta gente. Únicamente fungen como refuerzo para hacerles ver que la tradición no ha cambiado.

Conformidad-adaptación: muy cercana a la anterior, la conformidad es un fenómeno grupal común: todos tendemos a acoplarnos. Nos adaptamos al medio que nos circunda en todos sentidos. Con el tiempo, sin darnos cuenta, comenzamos a vestirnos como la gente que nos rodea, adoptamos actitudes, manierismos, poses, inclusive los tonos que emplean para hablar (los acentos de los distintos Estados son un claro ejemplo); también adoptamos sus formas de pensar.

Esa es la razón de la homogeneidad local: la interacción propicia uniformidad. Los hijos suelen votar como los padres y tendemos a votar como nuestros vecinos.

Claro que tenemos nuestras particularidades, pero, por lo general, no acostumbramos ser demasiado diferentes. Esto es bastante evidente si observan a un grupo de adolescentes; como observadores externos nos parecen uniformados –horriblemente uniformados– pero para ellos las diferencias son claras.

Ahora bien, una encuesta amañada en la que se presente un candidato como acaparador de la intención de voto –veinte puntos arriba en la encuestas, por ejemplo– busca atraer votantes atendiendo a esta tendencia común a todas las personas. Si la inmensa mayoría hace algo nuestra naturaleza nos inclina a hacer lo mismo. Y el efecto se incrementa ante la indecisión o la incertidumbre. Un ejemplo: supónganse en una mesa elegantemente dispuesta, ante ustedes se extienden ocho tenedores de distintos tamaños y les sirven un plato extraño ¿Qué tenedor van a utilizar? Cuando no tenemos la certidumbre de lo que debemos hacer, la conducta más común es esperar a que otra persona tome un tenedor y hacer lo mismo que ella. De la misma manera, si no sabemos por quién debemos votar tendemos a esperar a que otro lo haga e imitarlo. Las encuestas sirven, entonces, para indicarle a los indecisos la manera como deben hacerlo.

Simpatía-animadversión: otra de las principales razones por las que la gente vota es porque el candidato le simpatiza; este es trabajo de la publicidad: crear una imagen atractiva del candidato. ¿Qué determina que un candidato nos parezca simpático? Muchas razones, pero abordarlas todas aquí resulta imposible y las encuestas tienen poco que ver en ello. Limitémonos a referir un par de ellas: el atractivo físico es importantísimo; la gente trata mejor, confía más, le cree más, escucha con más atención, obedece más y prefiere a las personas atractivas; lo mismo ocurre con las personas más altas, atléticas, formalmente vestidas, simétricas e inteligentes.

La inteligencia, por cierto, no depende del IQ del candidato; la gente tiene por inteligencia la contundencia, la seguridad en lo que se dice, la velocidad con la que se habla, el acuerdo con el primer enunciado que dice alguno y, cosa rara, el uso de anteojos. Esta es la razón por la cual la gente le dio el triunfo del debate a Quadri, aunque no entendieran un ápice de lo que dijo.

Ahora, tan importante es la simpatía como la animadversión. Mucha gente no vota por un candidato sino en contra de un candidato. La animadversión es el pilar del voto útil y de las campañas sucias. Generar animadversión es también trabajo de la publicidad.
El repunte de Obrador en las encuestas no se debe tanto a la buena imagen de éste como a la animadversión por Peña Nieto evidenciada y propiciada por los movimientos anti-EPN y los ingeniosos mensajes y caricaturas difundidos en las redes sociales.

La simpatía por un candidato, desde luego, también se ve afectada por la conformidad. Nos resulta atractivo lo que a la mayoría le resulte atractivo, con escasas diferencias. El trabajo de las encuestas, en este sentido, es generar una imagen de simpatía mayoritaria por un candidato.

Intereses personales: no hay mucho que decir a este respecto. Mucha gente vota por un candidato porque obtendrá algún beneficio con su triunfo. Esto está más difundido de lo que se imaginan; de hecho, es la principal causal en la toma de decisiones electorales en varios Estados. El triunfo de un partido conlleva un posible puesto en el gobierno o en la burocracia; contratos para la propia empresa; un puesto para un amigo que luego puede invitarlo a uno; etcétera.

Las encuestas no tienen mayor injerencia en las personas que obtendrán un beneficio directo por el triunfo de un candidato; salvo para saber a cuál conviene arrimarse.

Bien, una vez abordado todo lo anterior, sólo nos restan las moralejas. Veamos...

Primero, como dije, para analizar y nulificar una encuesta hay que observar, analizar y criticar el método empleado en la recolección de datos. Se debe exigir a las encuestadoras la presentación de sus criterios de muestreo y sus niveles de representatividad y fiabilidad estadística.

Segundo, para inmunizarse contra las encuestas lo único que puede hacerse es entender cómo funcionan y qué objetivos persiguen. Si estamos conscientes de las maneras como éstas procuran influir en nuestro voto: somos más resistentes a sus efectos. Así que si, a diferencia de mí, ustedes sí tienen la capacidad de resumir sus ideas y análisis en frases cortas, bien pueden crear una serie de pequeñas cápsulas informativas para que la gente esté consciente de las maneras como se le pretende manipular. Si utilizan dibujitos y monitos simpáticos serán más efectivas.

Tercero, si pretenden influir en el voto de alguien no utilicen argumentos racionales. Diríjanse a lo afectivo y atiendan a las razones que realmente influyen en la intención de voto. Si disparan argumentos se encontrarán con argumentos de regreso. No importa lo absurdo, ilógico o irreal de los argumentos con los que les respondan, no importa si ganan o aplastan a su contrincante en un debate: eso no va a cambiar su voto ni el de nadie, porque la gente no vota por argumentos o razones. Vota irracionalmente y es en la irracionalidad donde se definen las elecciones.

Junio - 07 - 2012

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