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Sitio web dedicado a la preservación del hábitat del Armandopithecus mexicanus inpudicum. Reserva de la exósfera.

Gnosis-bureaucratie

Hace tiempo que vengo esbozando un texto en el que parangono a la Eva mitocondrial con las Venus paleolíticas y el Adán cromosómico con el buen Yahvé; se trata, desde luego, de un pretexto para abordar la relación entre la Ciencia y la Religión, con algo de chacota; y pensaba estrenarlo el día que se canonizara a don Karol Józef Wojtyla –el nuevo santo patrono protector de los pederastas–, pero mi incapacidad para comprender cierta parte del proceso genómico-proteínico ha hecho imposible el estreno; no obstante, según parece, hoy es día del psicólogo y la conmemoración se presta a la anticipación de algunas reflexiones.

A manera de preámbulo: un reconocimiento y una advertencia: la inquietud que incentiva estas cavilaciones germinó de un cuarenta porciento de descuento que hizo llegar a mis manos un par de sublimes libros del señor Bertrand Russell que han transverberado mi noción sobre el conocimiento científico; ese es el tópico que abordaré por lo que habrá que advertir al lector que el presente texto podría resultar soporíferamente tedioso… aún más soporíferamente tedioso que mis otros textos para el público profano, es decir, ajeno al campo de la investigación del fenómeno humano. Una vez advertidos…

Para quienes nos hemos dedicado a la investigación del comportamiento humano ya como individuos ya como sociedades ya como colectividades –valga la redundancia– resulta evidente el conflicto entre quienes abogan por la construcción de una disciplina de carácter científico y quienes niegan la pertinencia e inclusive la posibilidad de una disciplina de esta guisa. Esto, en razón de los “supuestos” requerimientos que toda disciplina científica debe poseer, a saber: objetividad, observación, control de variables extrañas, mensurabilidad, experimentación y replicabilidad.

En Psicología –que es el área en la que según la SEP yo estoy licenciado– la construcción de una disciplina científica ha implicado la supresión de un considerable número de fenómenos de nuestras posibilidades de estudio; se trata, justamente, de aquellas cosas que la gente suele suponer conocen los psicólogos, es decir: todo lo que no sea directamente observable; a saber: el pensamiento, los sentimientos, las valoraciones, las creencias, los deseos, la volición, la mente, las fantasías, los conflictos edípicos y todas esas cosas que, en imaginario popular, dominan los psicólogos.
Lo único que cumple a cabalidad con las exigencias de una psicología científica es la conducta, pues solamente la conducta es observable, controlable, mensurable, etcétera, etcétera.

Por supuesto, si sólo va a estudiarse la conducta y se dejará de lado todo lo demás, viene a ser más o menos lo mismo estudiar personas que monos, perros, gatos, ratas, palomas, anémonas, abejas o cucarachas; de hecho, mientras sencillo el organismo: mejor; pues resulta más sencillo controlar variables extrañas. Las cochinillas, por ejemplo, son fotokinéticas (su movimiento se regula en función de la presencia o ausencia de luz), por lo que hacer un experimento para elucidar y constatar una ley del comportamiento en relación con la oscuridad-luminiscencia es mucho más sencillo con cochinillas que con personas que tienen la mala costumbre de actuar en función de un sinfín de variables inmensurables –lo que creen que el investigador espera que hagan, por ejemplo–, fastidiando los experimentos.

El proceso de investigación, en estos casos, es bastante sencillo. Se plantea una pregunta de investigación como ¿La presencia o ausencia de luz está relacionada con el comportamiento? Luego hay que formular sesudísimas hipótesis nulas y alternas:

Ho: La ausencia o presencia de luz no está relacionada con el comportamiento.
Hi: La ausencia o presencia de luz está relacionada con el comportamiento.

Luego hay que romperse la cabeza para definir las variables: ausencia de luz, presencia de luz y comportamiento. Si se trata de un artículo: se dice cualquier tontería; si se trata de una tesis de grado, las variables ameritan un capítulo entero en el que se hable de los distintos tipos de luz, del terrible conflicto de definirla como materia o energía y los estudios que se han hecho para sustentar cada una de ellas. Todo el mundo entiende que es luz u oscuridad, pero cuando se hace investigación, de repente, las cosas ya no son tan evidentes; hay que decidir, por ejemplo, si la oscuridad es algo o es ausencia de luz; hay que abordar cuestiones filosóficas, no entender nada, fastidiarse, dejar la tesis unos días, animarse a continuar, volver a romperse la cabeza, dejar esa parte para el final y volver al problema original que era video-grabar cochinillas en distintas condiciones.
Para olvidarse de la-cosa-en-sí tenemos definiciones operativas, que son las mismas variables pero en función de la situación experimental; se deja de lado lo problemático y se define luz como un foco de cien watts encendido –mientras más números y precisión tenga el experimento: más científico–, oscuridad como el mismo foco pero apagado, y comportamiento como movimiento de los sujetos.

Luego vienen algunas consideraciones técnicas. Uno siempre corre el riesgo de que su experimento funcione con un foco de cien watts pero no con uno de doscientos o sesenta; hay que aclarar, por tanto, que eso se deja para investigaciones posteriores; además está el problema de la medición del movimiento, podría medirse en centímetros recorridos por el bicho, pero cabe la posibilidad de que la cochinilla no esté consciente de que la distancia más corta entre dos puntos es una línea recta o que la imperceptible ausencia de una pata resulte en una parábola, falseando las mediciones. El problema puede darse por insoluble y dejarlo a consideración del lector –que no suelen ser muchos– o puede diseñarse un sistema geométrico de estandarización de distancias recorridas por el bicho, todo depende de la ociosidad, capacidades o número de asistentes con las que cuente el investigador.

Luego viene lo divertido, hay que diseñar una caja: una mitad debe estar expuesta a la luz y la otra debe hacer sombra, hay que medirla y describirla meticulosamente; y, finalmente, se mete a los bichos en ella, se apaga y se prende el foco –el de cien watts– y se video-graba lo que hacen; se miden las distancias y dirección que recorrieron, y todo eso se pone en la sección de resultados. A esto se le llama observación, y es el núcleo del experimento.

Ahora hay que hacer cálculos estadísticos muy complejos: Hay que ver qué porcentaje de los bichos se movió en qué dirección. La cochinillas no presentan gran problema porque no tienen gran variabilidad conductual, el 99.9% –por ningún motivo hay que decir que todos– de los sujetos se desplazaron, en promedio, tantos centímetros hacia la sobra cuando se encendía la luz; en condiciones de oscuridad el 70% tuvo un comportamiento errático, el 10% se hizo bolita –nunca escriba “se hizo bolita” en una investigación seria, los diminutivos le restan objetividad al estudio– y 20% caminaron en la misma dirección que en situación de luz.

Llega la hora de las conclusiones y entonces uno escribe que dados los resultados observados, se rechaza la hipótesis nula y se confirma la hipótesis alterna: sí existe una relación estadísticamente significativa entre la presencia o ausencia de luz y el comportamiento. El comportamiento de los bichos en ausencia de luz es causado por el azar, mientras que en presencia de luz se desplazan hacia la oscuridad –nunca debe suponerse intencionalidad en los sujetos, por lo que afirmar que “buscan la oscuridad” es científicamente incorrecto.

Para concluir viene la sección de “discusiones”, en la que uno se imagina que tiene un gran debate con otros investigadores, y se afirman cosas como: efectivamente, se constatan los resultados encontrados por Johnson, Smith y Nguyen (2009), que hicieron exactamente lo mismo que uno pero hace dos años.

Como consideraciones finales se dice que sería interesante ver el efecto lumínico en humanos, y se calcula que en unos veinte años –cuando se diseñen cajas más grandes y se haya experimentado con un montón de animales– se sabrá si ocurre algo similar con las personas, aunque todo parece indicar que así es. Se traduce todo a inglés –porque si no está en inglés no es científico– y se publica en una revista de renombre.

Este proceso es, más o menos, el que llevan todas las investigaciones de la psicología científica. Los habemos, empero, a quienes no nos gusta estar agarrando cucarachas o tenemos serios conflictos morales con el raticidio postexperimental. Quienes no comulgamos con estas formas de obtención del conocimiento nos dividimos en dos ramas: Conciliadores y contestatarios.

Los conciliadores arguyen que los modelos de conocimiento experimental no son los únicos posibles para la obtención de conocimiento científico. La rama cognitivo-conductual se encuentra en este punto. Se ha hecho mucha investigación experimental pero valiéndose de la inferencia y no de la observación directa como método de conocimiento. No se suprime el experimento pero se considera que la observación directa puede sustituirse con más estadísticas y muchos sujetos. Se han realizado bonitos trabajos particularmente en cuestiones de memoria.

La memoria no puede ser observada pero puede ser inferida, ¿Cómo? ¡Recordando! Se le da a la gente una lista de palabras o números, por ejemplo, y se le pide que los recuerde. Luego se le somete a varias situaciones experimentales y se mide el número de ítems recordados. Si hay medición y está en inglés: hay ciencia.

Los contestatarios, por su parte, se subdividen en varios grupos; ante todo está el numeroso grupo de los que no aprendieron a sumar y restar en años anteriores y estudiaron Psicología porque pensaron que no había matemáticas. A la mayoría de los partícipes de este grupo ni les viene ni les va la Psicología pero están en contra de la rama experimental, supongo que para aparentar que conocen otra forma de hacer Psicología.

Luego vienen lo que están en contra por el simple hecho de estar en contra; suelen ser estudiantes jóvenes cumpliendo su función: estar en contra y sin saber porqué.

Les siguen los que sí tienen una razón teórica para sus desavenencias, y esa razón suele ser el cuestionamiento no de las conclusiones sino de los principios teóricos a partir de los cuales se realiza la investigación experimental; particularmente: la mentada objetividad.

Y el punto aquí es que, evidentemente, la objetividad es un imposible. Detrás de todo experimento hay una interpretación subjetiva del mundo. La psicología científica suele dar sus resultados por reales; parten de la idea de que existe una realidad y que dicha realidad se puede conocer; para conocerla se realiza observación y experimentación con control de variables y todo lo anteriormente cantado. La experimentación nos da un conocimiento de la realidad a partir del cual pueden estipularse leyes y principios sobre el comportamiento humano; por ejemplo, que una conducta que es seguida de una recompensa incrementa su probabilidad de ocurrencia; a partir de esas leyes puede predecirse el comportamiento futuro.

El problema es que todos esos supuestos son supuestos filosóficos. La realidad misma, como dijese David Hume (1740), no es sino un supuesto a partir de inferencias. Los objetos o la realidad-en-sí: no se pueden conocer; únicamente somos conscientes de las sensaciones e impresiones que los objetos causan en nosotros, pero el objeto nos es enteramente ajeno. La realidad es, por tanto, fenoménica: sólo puede ser conocida en función del sujeto que la observa e interpreta.

Quizá sea más claro de esta forma: hay objetos de colores pero únicamente porque tenemos la capacidad de percibir colores. Podemos decir que determinado color es un ángulo de refracción de la luz refractado hacia nuestras pupilas y hacer mediciones precisas en tanto a dicho ángulo. Pero únicamente somos conscientes de la presencia del color porque tenemos órganos sensoriales que los reconocen. Si ninguno de nosotros tuviese la capacidad para percibir el color: los colores no existirían. ¿O acaso pueden pensar en una propiedad de los objetos que no esté determinada en función de nuestras propias posibilidades sensoriales y mentales? ¡No! Los objetos no tienen otras propiedades que las que somos capaces de darles a partir de nuestra propia humanidad –y las acaecidas a partir de nuestros desarrollos tecnológicos, claro–, como decía Tomás Ibáñez “la realidad es como es porque nosotros somos como somos”.

La realidad está determinada por la manera como percibimos y entendemos la realidad: La realidad es relativa, ¡Pero cuidado! Por alguna razón cuando se dice “relativa” la gente, erróneamente, supone que la realidad no existe; y la realidad existe, pero en-relación; en relación con nosotros mismos y nuestras potencialidades sensoriales, mentales y tecnológicas. Fuera de ello no hay realidad alguna, ergo: no hay manera alguna de conocer la realidad independientemente de nosotros mismos. De ello se desprende que la objetividad es un imposible: sin importar lo que se haga, no puede conocerse con independencia del sujeto-observador. La realidad es subjetiva.

El cuestionamiento a esta guisa de principios sobre los que se erige la psicología científica, en opinión de algunos, viene a deslegitimar el conocimiento generado por la psicología experimental, pero esto es una rotunda necedad. A decir verdad, el argumento anterior deslegitima cualquier forma de conocimiento. Como atinadamente arguyó Hume: conocer más allá de la intuición es imposible.

Ahora, hasta hace algunas semanas compartí, con la mayoría de los contestatarios, el menosprecio por la psicología científica, no obstante, como mencioné antes, dos libros de don Bertrand Russell han transformado profundamente mi opinión sobre el conocimiento científico.

Desde luego, sigo considerando que el conocimiento objetivo supuesto por la psicología experimental es un absurdo; lo que ha cambiado es mi noción sobre el conocimiento científico; pero… ¿Qué es el conocimiento científico? Si preguntan a algún profesor de secundaria probablemente obtengan lucidísima respuesta como “el conocimiento producto del método científico” y eso estaría muy bien salvo porque el, más que mentado, Método Científico no existe.

En efecto, no hay ningún método científico pues la Ciencia no se ciñe a una única manera o método para la obtención del conocimiento; no hay procesos estandarizados, ni un camino trazado, a decir verdad, la Ciencia prácticamente no tiene límite alguno en lo que a formas de conocer respecta. Lo que sí existe son algunos principios elementales; el más importante de todos ellos, a mi parecer, es el escepticismo: la Ciencia siempre duda; absolutamente todo es cuestionable y eso incluye a la Ciencia misma. No existen verdades absolutas ni leyes incuestionables. Esa es, precisamente, la diferencia entre la Ciencia y las religiones. En Religión y Ciencia, escrito en 1935, afirma Russell:

“El credo religioso difiere de la teoría científica porque pretende encarnar una verdad eterna y absolutamente cierta, mientras que la ciencia es siempre provisional, esperando que tarde o temprano haya necesidad de modificar sus teorías presentes, consciente de que su método es lógicamente incapaz de llegar a una demostración completa y final” (Russell, 1935 pp. 13-14)

Y en La perspectiva científica, escrito en 1931, afirma:

“Aunque pueda parecer una paradoja, toda la ciencia exacta está dominada por la idea de aproximación. Si un hombre os dice que posee la verdad exacta sobre algo, hay razón para creer que es un hombre equivocado. Toda medida científica cuidadosa se da siempre con el error probable […] En materias en las que la verdad no es averiguable, nadie admite que haya la más ligera posibilidad del más pequeño error en sus opiniones. ¿Quién ha oído nunca hablar de un teólogo prolongando su credo, o de un político concluyendo sus discursos con una declaración sobre el error probable en sus opiniones? […] Cuanto menos razón tiene un hombre para suponerse en lo cierto, tanto mayor vehemencia emplea para afirmar que no hay duda alguna de que posee la verdad absoluta.” (Russell, 1931 p. 64)

Mientras disfrutaba de la lectura de Russell, no pude evitar recordar a una alumna, oriunda de Argentina, que constantemente me preguntaba “¿Eso está científicamente comprobado?” Dicha pregunta es bastante frecuente, lo mismo que su contraparte afirmativa: “Está científicamente probado que…” y se trata, a todas luces, de un oxímoron. Científicamente y comprobado son antónimos, pues el principio de escepticismo deja en claro que toda verdad científica es no sólo especulativa: también relativa. Las ciencias no pueden ofrecer una verdad absoluta, sus afirmaciones, postulados y leyes pueden ser y han sido siempre cuestionados, adaptados y reformulados. Como el también excelente estudio de Thomas S. Kuhn, La estructura de las revoluciones científicas, expone, aún las ramas del conocimiento científico consideradas como duras, han variado –y están variando– a lo largo de la historia:

“Cuanto más pormenorizadamente estudian, por ejemplo, la dinámica de Aristóteles, la química del flojisto o la termodinámica del calórico, más convencidos se sienten de que esas visiones de la naturaleza antaño corrientes no eran globalmente consideradas, ni menos científicas ni más el producto de la idiosincrasia humana que las hoy en día vigentes. Si esas creencias pasadas de moda han de tenerse por mitos, entonces los mitos se pueden producir con los mismos tipos de métodos y pueden ser sostenidas por los mismos tipos de razones que hoy conducen al conocimiento científico. Si por una parte, se han de tener por ciencia, entonces la ciencia ha dado cabida a cuerpos de creencias completamente incompatibles con las sostenidas hoy en día.”(Kuhn, 1962 pp. 25-26)

Lo mismo afirma Russell en su Religión y Ciencia; la Ciencia no puede ni pretende formular juicios apodícticos, las verdades de la Ciencia son asertorias y se estipulan en función de sus potencialidades prácticas, es decir, se trata de verdades pragmáticas; obtenidas por medio de razonamientos inductivos, esto es: inferidas a partir de la observación de fenómenos y “constatadas” por las posibilidades de manipulación de los objetos:

“las invenciones técnicas sugeridas por las viejas teorías quedan como prueba de que han tenido hasta cierto punto una especie de verdad práctica. La ciencia favorece así el abandono de la investigación de la verdad absoluta, y la sustitución de ella por lo que puede llamarse verdad ‘técnica’, categoría de verdad que corresponde a toda teoría que pueda emplearse con éxito en invenciones y en la predicción del futuro […] El conocimiento deja de ser un espejo intelectual del universo y llega a convertirse en mera herramienta práctica en la manipulación de la materia” (Russell 1935, p. 14)

Ahora bien, puesto que las verdades científicas emanan de razonamientos inductivos y detrás de todo conocimiento hay, forzosamente, un sujeto que razona e induce: todo conocimiento científico tiene un sujeto a priori, ergo: todo conocimiento es, en última instancia, subjetivo. Y puesto que dicho sujeto razona y formula hipótesis dentro los límites tiránicos de sus posibilidades léxicas, y manipula los objetos en función de necesidades históricamente y culturalmente variables: todo conocimiento tiene un trasfondo social. Esto parece bastante evidente inclusive para un cientificista como Russell; empero, en la actualidad y particularmente en nuestra disciplina, la investigación científica ha sido desvirtuada, y ese es el núcleo de las desavenencias entre los psicólogos experimentales y el resto de los psicólogos.

La mayoría las discusiones entre los inconsciente o conscientemente adscriptos a una u otra de las corrientes procede de la presunción de los psicólogos experimentales de hacer una psicología realmente científica y autoproclamarse detentores de la verdad. En su opinión, sus métodos de carácter objetivo son mucho más válidos que las precarias interpretaciones del resto de las corrientes psicológicas; esto suele derivar en conflictos con otro tipo psicólogos, tristemente, más por motivos político-económicos que por discordias ideológicas.

El trasfondo del conflicto es que la psicología-científica tiene más de religión que de ciencia; su credo, dictado por la Santísima American Psychology Association, y estipulado en los sacrosantos DSM y APA Style Manual, se ha convertido en dogma y ortodoxia a partir de la cual se enjuicia al disidente: psicólogo hereje condenado al ostracismo. Un fragmento de Lectures on Conditioned Reflexes del célebre Pavlov, más cercano a Humana Vitae que a la parquedad de los artículos científicos, no deja mucho a la imaginación:

“Solo la ciencia, la ciencia exacta de la propia naturaleza humana, y la aproximación más sincera a la misma, con la ayuda del omnipotente método científico, librará al hombre de su melancolía presente y le purgará de su vergüenza contemporánea en la esfera de las relaciones interhumanas” (Pavlov, 1927)

¿A qué se debe esta tergiversación de los principios elementales del conocimiento científico? Los primeros psicólogos experimentales fueron, en un principio, excesivamente entusiastas de sus descubrimientos e innovaciones; en su Manifiesto conductista, John Watson, destaca el carácter objetivo de su rama; en sus afirmaciones se entrevé lo que en un futuro se convertirá en una corriente hegemónica y una ortodoxia cuasiteológica:

“La psicología como la ve el conductista es una rama experimental puramente objetiva de la ciencia natural. Su meta teórica es la predicción y el control de la conducta. La introspección no forma parte esencial de sus métodos, ni el valor científico de sus datos depende de la disponibilidad con que se presentan a una interpretación en términos de la conciencia. El conductista, en su esfuerzo por obtener un esquema unitario de la respuesta animal, no reconoce línea divisoria entre el hombre y el bruto, la conducta del hombre con todos sus refinamientos y complejidad, forma sólo una parte del esquema total de la investigación conductista” (Watson, 1913 p. 258)

Pero poco tiempo después, las afirmaciones de los experimentales se moderan y volvemos a encontrar el principio de escepticismo; Skinner, por ejemplo, en su Sobre el conductismo, afirma:

“La comunidad verbal del científico mantiene sanciones especiales en un esfuerzo por garantizar validez y objetividad, pero, de nuevo, no puede haber absoluto. No hay deducción de una regla o ley que pueda ser absolutamente verdadera. La verdad absoluta solamente se puede encontrar, si acaso, en las reglas derivadas de reglas, y entonces se tratará de puras tautologías.” (Skinner, 1974 p. 125)

Se ha sugerido que el afán por hacer de la Psicología una disciplina de carácter científico llevó a los conductistas a extremos y tosquedades que a la postre resultaron en la animadversión característica que el resto de los psicólogos les profesan. Esto, me parece, es un supuesto erróneo. Creo que el problema deviene de otro lado y que no es exclusivo de la rama experimental. Hace algunas semanas leía un libro, –a mi gusto, muy chambón– intitulado Cómo hacer investigación cualitativa de Álvarez-Gayou Jurgenson y caí en cuenta de la “existencia” de una forma de generar el conocimiento bastante curiosa a que he tenido a bien denominar Gnosis-bureaucratie.

Gnosis, que significa conocimiento –en griego antiguo, como todas las cosas importantes y sin sustento objetivo características de la filosofía, por puro relumbrón– y Bureaucratie que es el término francés que da origen al término burocracia, surgido, según tengo entendido, en el siglo XVI, y que connota desprecio.

¿A qué me refiero con Gnosis-bureaucratie? A una forma de generar conocimiento a partir de esquemas preestablecidos, procesos pre-formulados y conceptos descontextualizados –regularmente mal interpretados–, que suelen dictarse desde alguna institución o sujeto en el poder, seguirse y respetarse sin comprender o cuestionarse los motivos de ello, resultando en nociones superfluas y carentes de sentido. En palabras simples, es generar conocimiento de determinada manera sin entender –o siquiera plantearse– porqué se hace de esa manera.

El libro de Álvarez-Gayou, más que un manual de investigación es, por un lado, una defensa de lo que autor llama el “paradigma cualitativo” y, por el otro, un intento desesperado por demostrar que la investigación cualitativa es un paradigma. Paradigma, desde luego, en el sentido que Thomas S. Kuhn dio al término; aunque parece haber leído a Kuhn indirectamente, es decir, citado por alguien más. ¿Cuál es mi problema con el libro? Para empezar, que no existe ningún Paradigma cualitativo. Kuhn afirmó la existencia de “modos inconmensurables de ver el mundo y de practicar en él la ciencia”, dichos “modos” eran inconscientes a los investigadores mismos y los constituían como un grupo, algo muy cercano a las Epistemes de Foucault.

No puede haber un paradigma cualitativo porque la investigación cualitativa es una forma de generación-obtención de conocimiento cuya cualidad más importante, esto es, aquella que la define, es que no es investigación cuantitativa. Cuantitativa y Cualitativa son dos formas de hacer investigación que pertenecen a un mismo paradigma; si lo enfocamos desde la teoría de conjuntos, podríamos decir que cuantitativo y cualitativo son dos segmentos o subgrupos de un mismo universo. Se trata, sencillamente, una categorización dicotómica; como, por ejemplo, masculino y femenino; pero un paradigma no es una categoría: es una matriz de criterios de categorización y por eso son inconmensurables. Masculino y femenino son dos categorías de un mismo universo; los individuos son asignados a uno u otro conjunto en razón de determinados criterios –en este caso: morfológicos, gonadales, hormonales, genéticos y cromosómicos– pero ambos conjuntos son parte de un mismo universo. Blanco, negro, rojo y azul son distintos pero todos pertenecen al universo “colores”, podemos asignar individuos a distintas categorías, por ejemplo, este cuadrito es blanco, éste amarillo y éste rojo, pero no decimos éste es negro, éste azul y éste atún; porque atún no es una categoría pertinente a nuestro universo, ni está relacionado con nuestro criterio de categorización. El paradigma es un conjunto de criterios y, a su vez, una matriz de criterios, de ahí que Kuhn lo llame “modo” y no grupo de ideas.

¿Qué es lo que hace Gayou? Ante todo, toma a Kuhn como autoridad –y no sin razón, pues la obra de Kuhn implicó una revolución en tanto a la conceptuación del conocimiento científico, que en aquel entonces se entendía como maquina de producción y acumulación del conocimiento; Estructura de las revoluciones científicas destronó la conceptuación del desarrollo progresivo-aglomerativo del conocimiento científico, entonces en boga, evidenciando la incompatibilidad de hatajos de supuestos, fórmulas y leyes en la Física y la Química–; acto seguido, retoma y descontextualiza algunos conceptos con los que Kuhn describe a los paradigmas, por ejemplo, las comunidades de investigadores o el desarrollo de métodos; luego pretende evidenciar la existencia de dichos elementos en el paradigma cualitativo con listados de comunidades de investigadores, listados de páginas en las que pueden encontrarse publicaciones de investigaciones cualitativas y listados con breves descripciones de métodos de investigación cualitativos, para finalmente destacar las ventajas del supuesto paradigma sobre el cuantitativo, ¿Cuál es el resultado? Un conocimiento inútil y superfluo sustentado en una precaria y desvirtuada interpretación de una teoría epistemológica.

Y esto, en mi opinión, es lo mismo que ocurrió con la psicología científica. Ante todo, se tomó a la Ciencia como autoridad –nuevamente, con justa razón– y se le otorgó un antitético carácter de detentor de verdades absolutas que fue rebautizado como conocimiento objetivo de la realidad. Se tomaron y descontextualizaron conceptos como positivo, objetivo, experimento y control; se formularon principios y normas inviolables so pena de anatema para cumplir a cabalidad con los “requerimientos incuestionables” del conocimiento científico, un conjunto de dogmas: una doctrina; se crearon instituciones para vigilar el cumplimiento ortodoxo de la doctrina, catecismos e instituciones para su catequesis, etcétera.

Hoy se realizan investigaciones siguiendo al pie de la letra y vigilando el estricto cumplimiento de los principios estipulados sin entender o cuestionarse el porqué de dichos principios: una Gnosis-bureaucratie. Muchos investigadores se han convertido en verdaderos burócratas de la investigación científica; señalan a quien no cumple con la ortodoxia metodológica, critican las investigaciones en función de su escaso control de variables, determinada omisión metodológica o escasa medición; desprecian innovaciones de todo tipo y exigen el ajuste de la investigación a sus formatos prefabricados, como si de llenar formularios en oficinas de gobierno se tratase.

Esto se debe a una evidente incomprensión de los supuestos filosóficos del conocimiento científico, a un imperdonable desconocimiento de la situación, de los motivos por los que fueron elucidados y de los paradigmas contra los que el conocimiento científico se enfrentó.

La objetividad, por ejemplo, no pretendía ser ningún dogma de fe; se trataba sencillamente de una forma de minimizar los sesgos producidos por las inexorables pasiones y preferencias humanas. Piénsese un maestro realizando una evaluación; si el criterio de evaluación es lo que el maestro piense o suponga sobre los desarrollos o progresos de los alumnos –como se acostumbraba hace no mucho tiempo– dicha evaluación estará obligadamente sesgada por sus capacidades de atención y preferencias; eliminemos el criterio del profesor de la evaluación –se dijeron– ¿El juicio de quién sería más adecuado? El de nadie, porque todos los sujetos estarán igualmente prejuiciados; la solución fue sencilla: que lo haga un objeto, así todos serán evaluados bajo el mismo criterio sin distinciones, nace entonces el examen y la objetividad en la evaluación. Pero ni al más insensato, hasta mucho después, se le ocurrió que esa era la única forma de realizar una evaluación, ni que no hubiese un sujeto detrás de la creación de una examen, ni que esa evaluación no implicara problemas en relación con la variabilidad individual, ni mucho menos que los resultados del examen fueran verdades absolutas e incuestionables.

Algo similar ocurre con la observación y la experimentación. Básicamente, el principio de observación implica que para conocer algo hay que observarlo. Una afirmación en tanto al comportamiento o naturaleza de un fenómeno debe poder ser constatado a partir del fenómeno mismo y no en razón de otra cosa. Para entender esto hay que pensar históricamente; podemos, provisionalmente, valernos de los tres estados teóricos sugeridos por August Comte:

“el estado teológico o ficticio; el estado metafísico o abstracto; y por último el estado científico o positivo” (Comte, 1854 p. 107)

De manera similar a los paradigmas de Kuhn, los estadios se determinan en función de criterios de validez o validación de verdades, de ahí que les llame “estados teóricos”; durante el primer estado las afirmaciones son sopesadas en función de su adecuación con un dogma de fe; cuando Copérnico, secundando a Aristarco de Samos, sugirió que la tierra giraba alrededor del sol, tuvo que enfrentarse con los dogmas de su tiempo; no sólo se contraponía a los postulados de Ptolomeo: afrontaba los criterios a partir de los cuales, en aquella época, una afirmación podía ser tenida por cierta; dicho criterio implicaba, de entrada, que la afirmación no cuestionase ningún dogma bíblico o eclesiástico y para mala suerte de Copérnico las suyas lo hacían.

Lutero afirmó: “el pueblo presta oídos a un astrólogo advenedizo que ha tratado de mostrar que la tierra se mueve, no el cielo o el firmamento, el sol y la luna. Quien quiera aparecer más inteligente, debe idear algún nuevo sistema que será, sin duda, el mejor de todos. Este necio quiere poner del revés toda la ciencia astronómica; pero las Sagradas Escrituras nos dicen que Josué mandó detenerse al sol y no a la tierra” (Citado en Russell, 1935 p. 19)

Calvino, por su parte, amenazó: “¿Quién se atreve a poner la autoridad de Copérnico sobre la del Espíritu Santo?” (Citado en Russell, 1935 p. 19)

El estado metafísico abstracto, característico del siglo XVII, pero que, sin duda, comenzó Santo Tomás y la escolástica, confió en la razón como criterio de validación. Un razonamiento coherente y bien articulado era más que suficiente para ser tenido por verdad, de ahí que Aristóteles fuese tan valorado en aquel entonces. La autoridad de los textos sagrados y las autoridades eclesiásticas fue delegada en la razón y el razonamiento. En sus reflexiones sobre Kepler y Galileo, Russell sugiere:

“Pasaron de la observación de hechos particulares al establecimiento de leyes cuantitativas rigurosas, por medio de las cuales los hechos particulares futuros podían ser predichos. Chocaron profundamente con sus contemporáneos, en parte porque sus conclusiones se enfrentaban por su naturaleza con las creencias de aquella época; pero en parte también porque la creencia en la autoridad había impulsado a los eruditos a limitar a las bibliotecas sus investigaciones, y los profesores estaban angustiados ante la sugestión de que podría ser necesario contemplar el mundo para saber cómo es.” (Russell, 1935 p. 33)

Finalmente, durante el estado científico positivo, el objeto mismo se convierte en el criterio de validación, no un dogma de fe ni tampoco un razonamiento –ambos independientes del objeto de estudio–, sino el objeto y la observación del mismo se convierten lo único que puede dar logos sobre sí; de ahí la importancia de la observación y la experimentación.

En un principio, bastó con que las afirmaciones estuviesen inspiradas por el Espíritu Santo –que, al parecer, inspiró a muchos teólogos y papas a modificar, parchar y añadir cosas a los textos sagrados– y escritas en la Biblia para ser tenidas por ciertas; unos siglos más tarde, bastó con reflexionar sobre el objeto y hacer deducciones partiendo, las más de las veces, de los razonamientos de los otros; por último fue necesario observar el objeto y manipularlo para poder afirmar algo sobre el mismo. Volviendo a Russell:

“Una opinión científica es aquella para la cual hay alguna razón de creerla verdadera; una opinión no científica es aquella que se sustenta en alguna razón distinta de su probable verdad. Nuestra era se distingue de todas las eras anteriores al siglo XVII por el hecho de que algunas de nuestras opiniones son científicas en el sentido antes expresado” (Russell, 1931 p. 29).

Ahora bien, ni el cientificista Russell ni el positivista Comte, afirman poseer una verdad absoluta ni un conocimiento apodíctico de la realidad; este último inclusive afirma:

“Es importante constatar, sin duda, que el espíritu humano no ha estado nunca en estado de demencia, y que en cada época ha empleado de manera constante el método que podía ser más favorable para sus progresos, al menos al abarcar el conjunto de su marcha” (Comte, 1854 p. 189)

El conocimiento científico no es entonces la panacea del saber, sino una forma bastante más razonable –en relación con las posibilidades presentes del entendimiento humano– de conocer. Pero el principio de observación del objeto resultó a la larga en un estudio de lo humano con ratones y anémonas, en limitarse a investigar la conducta y excluir de las posibilidades de estudio de la Psicología a la psique y hasta al logos –pues se entiende que no hay logos sin razón y la razón no es observable, ¿Por qué? Por la Gnosis-bureaucratie, por conocer burocráticamente: sin reflexión alguna de los principios filosóficos que sustentan todo método.

Pero volvamos al método científico… Por difícil que resulte de creer, el método científico no es lo que estipula el manual de estilo de publicaciones de la APA. El método científico no es método alguno, sólo un compendio de supuestos teóricos en relación con una manera de entender nuestro entorno y a nosotros mismos que de ninguna manera puede ser tenida por absoluta. Lo más cercano que existe a un método científico es seguir tres pasos: observar cómo ocurren las cosas, hacer suposiciones –hipótesis– en tanto a cómo y porqué ocurren esas cosas y someter esas figuraciones a comprobación, bajo el entendido de que no se descubrirá una verdad incuestionable, eso es todo. Principios como objetividad, positividad, observación, experimentación y constatación no son ninguna luz en que ilumina el camino hacia el conocimiento de la realidad, ni el único medio para llegar a la verdad. Hoy en día, son elementos constitutivos de la lógica y del sentido común: “el menos común de los sentidos” dirían por ahí; “cosa rara entre los sabios” escribió Voltaire (1764).

Diré más… los supuestos filosóficos que cimientan el conocimiento científico son mucho más cercanos al relativismo ontológico de los construccionistas radicales que la Gnosis-bureaucratie hoy en boga, para muestra, nuevamente, el señor Russell:

“Los filósofos académicos han creído desde la época de Parménides, que el mundo es una unidad […] La más fundamental de mis creencias es que esto es inadmisible. Creo que el universo es un enjambre de puntos y saltos, sin unidad, sin continuidad, sin coherencia ni orden, ni ninguna de las otras propiedades que las institutrices aman. En realidad, a la opinión de que no hay mundo sólo se oponen el prejuicio y la costumbre. Los físicos han propuesto recientemente opiniones que les hubieran conducido a estar conformes con las anteriores observaciones; pero se han apenado tanto de las conclusiones a que la lógica les hubiera conducido, que han abandonado la lógica por montones de teología. Cada día un nuevo físico publica un nuevo volumen piadoso para ocultar a los demás y así mismo el hecho de que en su capacidad científica ha sumergido al mundo en algo sin razón y sin realidad” (Russell, 1931 p. 86)

Termino… la Gnosis-bureaucratie, con su método y formatos prefabricados de producción de conocimiento en masa son mucho más parecidos a la teología que a la Ciencia: Estipula un camino incuestionable para la obtención de la verdad, sus preceptos son innegables, el principio de escepticismo se pierde apenas deja de cuestionarse a sí misma y sus resultados, se sustenta en instituciones y dogmas, crea una ortodoxia y, con ello, herejías, y se sustenta bajo principios e instituciones de autoridad; luego, de ninguna manera, puede tenerse por deseable pues:

“El escepticismo puede ser doloroso y puede ser estéril, pero es, por lo menos, honrado y lo engendra la búsqueda de la verdad. Quizá sea una fase transitoria; pero no es posible, realmente, escapar a ella retornando a las descartadas creencias de una edad más estúpida” (Russell, 1931 p. 89)

Obras consultadas:

Álvarez-Gayou Jurgensen, J. L. (2003). Cómo hacer investigación cualitativa. Distrito Federal: Paidós.
Comte, A. (1854). Primeros Ensayos (2001 ed.). Distrito Federal: Fondo de Cultura Económica.
Hume, D. (1740). Tratado de la naturaleza humana (2005 ed.). Distrito Federal: Porrúa.
Ibáñez, T. (2001). Municiones para discidentes. Madrid: Gedisa.
Kuhn, T. (1962). Estructura de las revoluciones científicas (2004 ed.). Distrito Federal: Fondo de Cultura Económica.
Pavlov, I. P. (1941). Lectures on conditioned reflexes. NY: International Publishers.
Russell, B. (1931). La perspectiva científica (1983 ed.). Barcelona: Sarpe.
Russell, B. (1935). Religión y Ciencia (2000 ed.). Distrito Federal: Fondo de Cultura Económica.
Skinner, B. F. (1974). Sobre el conductismo. NY: Ediciones Martínez Roca.
Voltaire, F. M. (1764). Diccionario filosófico (2007 ed.). Madrid: Akal.
Watson, J. B. (1994). Psychology as the Behaviorist Views it. Psychological Review , 248-263.

Mayo - 21 - 2011

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