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Mass de Medios

En cada ocasión que enciendo la televisión me ocurre una desgracia. Hace unos días observé un programa de “análisis político” en el que Leo Zuckermann y Javier Tello, discutían hasta dónde llegaría la insania de Andrés Manuel López Obrador cuando el IFE anunciara su derrota y hoy tuve el infortunio de encontrarme una vez más con su programa, con un “debate” intitulado “¿Quién es López Obrador?”.

Tenía proyectado dedicar el presente ensayo a la toma racional de decisiones electorales, no obstante, me parece más importante ahora enfocarme nuevamente en la denuncia de las formas actuales de manipulación mediática, en razón, primero, de que el tema no se ha agotado y, segundo, que dichas formas son hoy mucho menos evidentes para el público profano que lo que fueron antes de la existencia del internet.

Ahora, puesto que tengo la mala costumbre de dejar fluir mis cavilaciones y muchas veces no es sencillo para el lector seguir el hilo conductor de las mismas, les anticipo que nuestro tema es la manipulación del metadiscurso ex profeso; esto es, del manejo deliberado de la información sin la alteración de la información misma.

Bien, cuando se habla de manipulación mediática la gente suele pensar en lo más evidente: falseamiento de los contenidos, omisión deliberada de información, selección fragmentaria de discursos para tergiversar mensajes y comentarios añadidos a los contenidos para guiar la opinión pública; entre otras.

Todas estas formas de manipulación ocurren con inaudita y descarada frecuencia en razón del escaso acceso a fuentes diversas de información característico del país. El duopolio televisivo y la ignorancia del pueblo mexicano son un caldo de cultivo para el florecimiento de las formas más burdas de manipulación y tergiversación de la información.

Los Medios pueden permitirse decir lo que se les venga en gana debido a que la mayoría de la gente no tiene acceso o no sabe emplear otra fuente de información. Si se generalizase el acceso a medios a través, por ejemplo, de la masificación acceso a internet, otro gallo cantaría; mientras eso no ocurra los Medios seguirán siendo un poder de inconmensurable magnitud en el control de la opinión pública: pueden hacer y deshacer a su antojo sin perder prestigio, regulando lo que la población puede conocer y la manera en que debe interpretarlo.

Ahora, si bien estas formas de manipulación mediática son bastante frecuentes, se trata de manejos vetustos, toscos y de eficiencia limitada: ceñida a la ignorancia de la población y a la limitación de fuentes.
La estrategia cambia cuando las fuentes se diversifican, ¡He ahí la importancia de los movimientos estudiantiles actuales! La movilización masiva de jóvenes e inconformes de muchos sectores de la población rompió con el cerco informativo. Su mera existencia derrumbó la imagen del apoyo generalizado e incondicional de la población al PRI: se convirtieron en una fuente de información alterna; y con ello obligan a los Medios a “ponerse guapos” y sacar a relucir sus formas refinadas de manipulación de la opinión pública.

¿Cómo lo hacen? El secreto estriba en producir el efecto que se desea en la gente pero sin alterar la información, ¡y no sólo eso!, dejando en el espectador, además, la sensación de que se trata de un Medio plural; ¿Y cómo se consigue esto? Controlando las condiciones en las que se emiten los mensajes y procurando la ocurrencia de fenómenos psicológicos que conocemos desde hace unos cuarenta años.

Los programas de “análisis político” son un bien ejemplo de ello. La producción del efecto deseado depende de una selección cuidadosa de los miembros de la mesa de debate, del manejo de las cámaras y la regulación de las formas de emisión del discurso.

Comencemos con los integrantes: ante todo, hay que tener un moderador que no sea moderador. Por regla general, un moderador debe ser imparcial y una mesa amañada no lo tiene puesto que éste debe dirigir la discusión apuntando hacia ciertos objetivos; eludiendo los temas ríspidos; dando por concluidas las intervenciones desfavorables; empleando términos específicos que sustenten lo que se pretende hacer valer; minusvalorando la opinión del disidente y apuntalando lo dicho por otros.

Es de vital importancia, entonces, tener un dirigente de la discusión con un reconocido prestigio para que la gente no note la imparcialidad; debe ser un sujeto inteligente, de carácter dominante, reconocido por su trabajo; y debe, por supuesto, estar en favor del mensaje que se desea transmitir.

El segundo personaje es la clave de la imagen de imparcialidad: el disidente. Si pusiéramos una mesa en la que sólo hay opiniones favorables para con nuestro mensaje la gente podría notar el acuerdo, no habría mayor discusión y se nos puede acusar de sesgar el debate; por tanto es necesario tener un disidente en la mesa y, por razones que veremos más adelante, es importante que sea sólo uno.

Debe ser un sujeto de inteligencia mediana, con características físicas típicas del mexicano promedio, esto, porque los mexicanos somos inconscientemente malinchistas. La tendencia general es dar por bueno lo que venga de sujetos caucásicos, altos, algo barbados, que utilicen lentes y formalmente vestidos. Nuestro disidente no puede tener esas características porque la intención es invalidar su discurso por su apariencia. Lo que diga, de cualquier manera, es irrelevante: la generalidad de la población sólo entiende mensajes cortos, sentenciosos, rítmicos y predigeridos; por lo que resulta recomendable que el disidente tenga un discurso largo, elaborado y sustentado, que apele a cifras y anécdotas históricas; también es vital que tenga opiniones extremistas. Los mexicanos somos altamente conservadores y las opiniones extremas se dan por inválidas de inicio.

La interacción entre el moderador y el disidente es lo más importante. El prestigio del moderador se impondrá por sobre la ideología del disidente. Es importante que el moderador atenúe y corrija los comentarios del disidente para generar una apariencia de equívoco en éste y de verosimilitud en el moderador.

El tercero y cuarto integrantes son lacayos. Su trabajo es coincidir en todo con el moderador y, eventualmente, aportar un dato, una anécdota o un sinsentido cualquiera. Deben ser sujetos de inteligencia mediana o baja. Una mujer en este puesto es conveniente pues refuerza el estereotipo altamente difundido en nuestra sociedad de la mujer que se somete y apoya en todo al marido; y, al mismo tiempo, evoca un efecto de inclusión de género. Debe, de ser posible, tener un aspecto más bien común buscando la identificación del populacho.

El quinto participante es la antítesis del disidente. Debe defender el mensaje que tratamos de difundir; preferentemente caucásico y que posea las características enunciadas anteriormente para propiciar credibilidad. También debe tener opiniones extremas pero menos extremas que el disidente, de manera tal que el moderador pueda corregirlo en ocasiones incrementando el valor de sus opiniones y la sensación de imparcialidad.

Ahí tenemos nuestra mesa de debate; todo está listo para hacer valer un mensaje; pero para hacerlo más convincente hay que hacer un buen manejo de cámaras para abusar de un fenómeno psicológico conocido como “error de atribución fundamental”, que significa que las personas tendemos a “atribuir” causalidad a las acciones de las personas subestimando la situación en que se encuentran, cuando enfocamos nuestra atención en ellas.

¿Cómo se emplea esto? Es muy sencillo. Hace ya muchos años, cuando se investigaban los procedimientos judiciales en los Estados Unidos de América, se descubrió que alterando el enfoque de la cámara se puede transformar el veredicto de los jurados.

El experimento es muy sencillo: se finge un interrogatorio, se videograba en tres formas y luego se le pide a las personas dar un veredicto sobre el asunto. Cuando la cámara está enfocada en el acusado: casi todos dan veredictos de culpabilidad. Cuando la cámara está sobre el interrogador: casi todos dan veredictos de inocencia y se arguye que quien interroga está presionando al acusado. Cuando la cámara está enfocando a ambos: casi todos dan veredictos de inocencia pues atribuyen los sucesos a la situación por la que pasaba el acusado.

Esto ocurre porque tendemos a atribuir la causalidad de los sucesos a aquello sobre lo que centramos nuestra atención. De tal suerte que si yo quiero que lo que dice el disidente sea tomado por una opinión suya: enfoco la cámara sobre él. Si quiero que el moderador parezca imparcial enfoco la cámara sobre toda la mesa (así la gente no nota que su opinión es tendenciosa pues enfoca su atención en la situación).
También puedo generar una imagen de error enfocando la cámara sobre el disidente de manera tal que parezca alejado del resto de los participantes, pues la gente tiende a aceptar lo que supone la mayoría como cierto; de ahí la importancia de tener únicamente un discrepante.

Otra forma de propiciar el descrédito del disidente es centrar la cámara en alguna imperfección o defecto. La gente asocia inmediatamente estas cosas con repulsión y mentira (siempre y cuando se trate de adultos). Esto no es nada extraño, sólo piensen en los villanos de las películas, casi todos poseen alguna deformidad, y si bien difícilmente somos conscientes de estas cosas, nuestro inconsciente lo capta de inmediato.

Teniendo una mesa compuesta de esta manera, se puede dejar que el debate fluya entre los participantes. No es necesario alterar la información, ni cooptar al disidente: la situación, por sí misma, se encargará de anular su discurso ante los espectadores; por lo que se le puede dejar hablar todo lo que quiera.

El contenido del debate, por supuesto, no se deja por entero al azar; aunque el grueso del debate es más o menos irrelevante y lo importante no es el discurso-en-sí sino el metadiscurso (lo que está más allá de lo que se dice), hay algunos puntos que los Medios procuran con precisión:

Para empezar: el tema del debate. La generalidad de la gente olvida rápidamente lo que escuchó en la mesa, pero nuestra memoria tiene un comportamiento curioso: tiende a recordar lo primero que escuchó. Esto se conoce como efecto de primacía.

Los debates deben, por tanto, tratar los temas sobre los que queremos persuadir. Así, por ejemplo, si quiero que la gente piense que “López Obrador es un peligro para México”, realizo un debate para dirimir la cuestión.

Es importante que el moderador empiece la discusión aclarando el tema sobre el que se va a discutir. Lo que se discuta no es tan relevante como el tema, porque la generalidad de la audiencia sólo podrá recordar que “López Obrador es un peligro para México”, ¡Aún más! La mesa podría estar compuesta únicamente por gente que esté en contra de esta afirmación y la discusión podría terminar con una férrea oposición a dicha acusación, y aún así, la mayoría de la gente sólo recordará que “López Obrador es un peligro para México”.

Una manera sencilla de evidenciar esto es un pequeño ejercicio memorístico: sólo traten de recordar el contenido de alguna mesa de discusión que hayan visto en televisión. Es probable que sólo recuerden el tema que se trataba y el sentimiento que les produjo. También es altamente probable que si me están leyendo se tengan por izquierdistas y que la sensación que recuerden sea animadversión; eso, desde luego, es un sentimiento característico de quien observó la discusión prejuiciado contra lo que ahí se discutiría, no es propio de la mayoría de la población y se compensa fácilmente con el prestigio del moderador y con varias discusiones sobre el mismo tema; después de todo, “cuando el río suena...”

Quizá también recuerden una que otra frase de alguno de los participantes –seguramente de quien encabezaba la mesa–, se trata de frases cortas, concisas y rítmicas; como aquella del peligro para México. Es trabajo del moderador repetir dichas frases con cierta regularidad para fijarlas en la mente del populacho.

Lo que resta son detalles, el moderador debe hablar con firmeza, velocidad y seguridad, para que la gente tome su opinión por cierta; debe referirse al mensaje que se pretende hacer valer como si fuese una verdad absoluta; debe referirse a elucubraciones como si se tratara de hechos ya constatados para que la gente los acepte como tales; finalmente, debe corregir al disidente en cada ocasión que pueda evidenciando sus equivocaciones. Bastan un par de errores cualesquiera para tener una opinión por inválida; no importa si dichas correcciones son de fondo o de forma. Un error de pronunciación es suficiente para que la gente invalide un argumento sin entenderlo o siquiera escucharlo.

Cuando se hacen confluir estas argucias, se puede manipular la opinión pública sin alterar los mensajes o los contenidos. Un televidente no informado rara vez se percata de los movimientos de la cámara, las características de los contendientes, los tiempos verbales empleados en el discurso o la intencionalidad de un simple rótulo. Estos métodos pasan desapercibidos, inclusive, a quien realiza un análisis de contenido basándose en el discurso y mucho menos en el tiempo dedicado a hablar de cada candidato. Se trata de medios refinados y estudiados para manipular la opinión pública, de los que no está de más estar enterado.

Bien, ejemplifiquemos un par de estos detalles con Zuckermann. El primer programa al que refería, se intitula “¿De qué tamaño será el conflicto poselectoral?”, la introducción no deja mucho a la imaginación:

“Buenas noches, a nueve días de que finalice el proceso electoral, tanto las encuestas como las apuestas, ubican al candidato del PRI a la presidencia como el probable ganador y con una cómoda ventaja.
Hay quienes piensan que con una gran diferencia de votos entre primero y segundo lugar, más la aceptación de la derrota del tercer candidato en la competencia, no van a existir muchos argumentos para un conflicto poselectoral mayor; sin embargo, hay otro escenario que no podemos ignorar: ante la evidencia de una nueva derrota del candidato de la izquierda Andrés Manuel López Obrador, esta vez contundente, y dada la lección aprendida en el 2006 de que la radicalización tiene costos en el electorado, la izquierda más moderada decida, en esta ocasión, no seguir a López Obrador. Esto, en principio, podría parecer una buena noticia, pero también podría complicar mucho las cosas porque ya sin los elementos centristas dentro del lopezobradorismo, el conflicto poselectoral del 2012 podría ser ¡aún más radical que el del 2006! Sobre todo si se le suma un movimiento de estudiantes decepcionados porque no fueron aceptados en una universidad pública. Se trata, me parece, de un potencial caldo de cultivo, que podría generar un conflicto poselectoral con peores consecuencias que en 2006. No se trata del número de personas involucradas que, en esta ocasión, podrían ser menos que en 2006, sino de su mayor radicalismo, y ese es el problema, porque pocas personas enojadas y radicalizadas pueden armar grandes desmanes que sean muy difíciles de resolver.”

Cualquiera con dos dedos de frente puede darse cuenta de la tendencia del moderador. Los mensajes son más que claros:

1) Obrador perderá las elecciones.
2) habrá un conflicto poselectoral
3) Obrador armará una revuelta violenta
4) Obrador es un radical
5) El resto de la gente de izquierda lo abandonará

Además tiene otros mensajes ocultos:

1) Obrador perdió las elecciones pasadas y no hubo ningún fraude
2) El plantón del 2006 no tiene justificación
3) El plantón del 2006 fue una ocurrencia de Obrador
4) Los jóvenes que están protestando son radicales
5) los jóvenes que están protestando son peligrosos

Esos son los mensajes que se enviarán a la población y el resto de la discusión se realiza dando estos desvaríos por verdades. Si leen atentamente el mensaje, “el conflicto poselectoral del 2012” se aborda como si de hechos se tratase y no de una mera “suposición”.

Lo mismo ocurre en otros episodios de este mismo programa. En su análisis de la campaña de Obrador, Zuckermann se cuestiona la inconsistencia discursiva entre el Andrés Manuel amoroso y la reaparición del rijoso López; asunto que, a últimas fechas, resuena con peculiar insistencia en los foros televisivos. Lo que los interlocutores afirmen sobre ese respecto es irrelevante. Los mensajes ocultos en el programa son que “obrador es contradictorio” y “Obrador es un violento”; eso se quedará en la mente del espectador.

El interlocutor, por supuesto, le responde que es sólo una campaña política encaminada a contrarrestar la imagen de bilioso que carga desde el 2006. Las televisoras fingen olvidar que el carácter atrabiliario de Andrés Manuel López Obrador tiene exactamente el mismo origen que la puerilidad de Chabelo o la comicidad de Ortiz de Pinedo; ¡Es un invento suyo! No obstante, abusando de las por demás precarias capacidades mnémicas y la barbarie generalizada de la población mexicana, aluden a su peligrosidad y juicio destemplado como si de hechos constatados se tratase. Lo más triste es que todo esto funciona.

Termino. Es ilusorio –por no decir irrisorio– suponer que la gente dejará de ver Televisión. Este país está educado por la televisión; se alimenta de televisión y vive a través de la televisión. Pedirle a la población que apague la tele es una estrategia que no conducirá a nada.

Lo único que queda por hacer es, por un lado, informar a la población sobre las maneras como se la manipula y, por el otro, propiciar fuentes alternas de información como lo hacen los movimientos juveniles hoy en día.

Movimientos como el 132 son invaluables para la sociedad actual. La soñada apertura mediática se vislumbra cada vez más lejana; el retorno del PRI parece inminente y, puesto que las televisoras condujeron su campaña, difícilmente tendremos diversidad en los Medios por un tiempo indefinido. Estos movimientos serán el único vínculo entre la sociedad organizada, instruida o con acceso a información no televisada y el grueso de la población. Organizarse y difundir información será la única forma de pluralizar los medios. Esperar por la apertura en este ámbito no tiene futuro alguno.

Un cambio en esta esfera sólo puede ser resultado de la movilización-acción de la población. Ese es el verdadero trasfondo de la democracia: el gobierno del pueblo implica la participación del mismo en el gobierno de sí, no el votar por algún candidato.

La democratización de los Medios va más allá de la participación de otra empresa en la producción y transmisión de basura televisada: Implica una verdadera participación de la sociedad en la creación y difusión de la información; conlleva el que la sociedad se convierta en Medio y fin de sus mensajes. Democratización es acción: no votos.

Junio - 26 - 2012

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