top of page

Sitio web dedicado a la preservación del hábitat del Armandopithecus mexicanus inpudicum. Reserva de la exósfera.

Apetencia interespecie

Por mi apetencia interespecie no me preocupo en lo absoluto –pensaba ese día Fermín–; me tiene sin cuidado que se tipifique en el manual fulano, que eso sí se considere enfermedad o que lo prohíban la Biblia y todos los textos sagrados. Me importa un comino si lo llaman parafilia, desviación, aberración o “el problema”; o qué estén pensando en buscarme ayuda profesional ¿Por qué? ¡Simple! Así soy yo; así nací y no hay nada que puedan hacer al respecto, ni ellos, ni yo, ni el mentado profesional.


Y al final de cuentas ¿por qué les preocupa?, ¿acaso hago daño a alguien? ¿Les afecta siquiera un poco mi preferencia sexual? ¡Vaya! si en un principio hasta les parecía divertido... Parece que Fermín se ha enamorado, decían; otra vez, Fermín… se te está haciendo costumbre, reían; pero cuando los encuentros subieron de tono entonces sí se preocuparon, ¡qué infamia! ¡Qué oprobio! ¡Qué vileza!, el acabose, la vergüenza, ¡el fin del mundo! Las visitas se espaciaron, las reuniones en casa terminaron, y no dudaron en esconderme ante propios y extraños, eso tiene un nombre señores ¡Ostracismo!


Y si Freud pensaba esto o lo otro, ¡allá él! Será que no se permitió los goces de sus tiernas caricias; será que nunca compartió las miradas de complicidad, las tristezas o alegrías; será que fue insensible a los emociones de quienes se preció de comprender, ¡allá él!


Que si la reproducción es imposible ¡desde luego!, ¿en verdad creen que no lo sé?, pero lo mío no es la reproducción, no todos estamos hechos para eso, ¿en razón de qué tendría que ser así? No son más que prejuicios de evolucionistas insipientes de mi realidad, mis deseos y mis goces.


Que si en atención a las marcas que señalan mi estirpe y mi casa, que si la nobleza, el linaje, el azul, ¡Patrañas! Inventos de la sociedad que no me atañen, Yo no sacrifico mis placeres a sus títulos tartufos; ¡hedonismo es mi bandera!


¿Pero es que acaso tengo yo la culpa? Son ellos quienes siempre se acercan a mí buscando el contacto, deseosos de caricias, con sus alegres rostros y elegante andar; sus singulares olores tan variados como afeites en el mundo, y esos ojos tan brillantes que no hay poeta en la historia que no haya loado.


¡Y los hay por todo el mundo y en todo lugar! Los hay grandes, pequeños, claros, oscuros y rubios; los hay para elegir con tiento; los hay… para ser gozados. Puedes verlos en los parques con simpáticos sobreros, suntuosos trajes y extraños juguetes. Puedes verlos trotando por las calles, solos o acompañados, los hay elegantes de mirada airosa, los hay vagabundos desarrapados y sucios. Los hay que ganan concursos y los que de la vida ya no esperan nada; los hay encerrados en sus casas y los que deambulan por las calles; algunos apresurados, otros pensativos, y algunos otros hasta parecen haber encontrado sentido a sus vidas. Todos ellos hermosos, todos ellos tentación, todos ellos… un posible amor.


Así pensaba Fermín, pero cansado de pensar, como se cansa cualquiera que dedique cierto tiempo a lo que como especie no le concierne, se sacudió con violencia y corrió a la ventana observar a los viandantes; no sin antes intentar nuevamente quitarse el collar antipulgas.

bottom of page